A 24 años del 11 de septiembre: del atentado a las secuelas culturales en Latinoamérica

Columnas de humo se elevan desde las torres del World Trade Center en el Bajo Manhattan, ciudad de Nueva York, después de que un Boeing 767 impactara cada torre durante los ataques del 11 de septiembre de 2001. Foto por Michael Foran. CC BY 2.0.

El 11 de septiembre de 2001, el mundo entero presenció en vivo un hecho impactante y doloroso en la historia contemporánea: el ataque terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington. Cuatro aviones comerciales fueron secuestrados por miembros de Al Qaeda; dos de ellos se estrellaron contra los edificios del World Trade Center, otro impactó el Pentágono y el último cayó en un campo en Pensilvania tras la resistencia de los pasajeros. La cifra de víctimas ascendió a casi 3.000, marcando no solo a Estados Unidos, sino también a la humanidad entera.

Ese día no sólo redefinió la política global, la seguridad internacional y la agenda militar de la principal potencia mundial, sino que también dejó una huella profunda en el plano cultural y social. Entre las consecuencias más visibles emergió un fenómeno que trascendió las fronteras de Estados Unidos: la expansión de la islamofobia. Si bien la discriminación hacia comunidades musulmanas y árabes existía previamente, tras el 11-S adquirió nuevas dimensiones. Y en Latinoamérica, una región caracterizada por su diversidad cultural y migratoria, también se manifestaron prejuicios, estigmatización y discursos que asociaban religión con terrorismo.

La islamofobia como consecuencia cultural global

En el imaginario colectivo occidental, los atentados del 11-S instalaron una narrativa simplista y peligrosa: “musulmán” se volvió sinónimo de “terrorista”. Aunque gobiernos y organismos internacionales insistieroan en separar religión de extremismo, la representación mediática y política muchas veces reforzó la idea contraria. Series, películas, noticieros y discursos oficiales reprodujeron la imagen del “enemigo musulmán”, consolidando estereotipos que se expandieron más allá de Estados Unidos.

En este clima de sospecha, comunidades musulmanas —tanto inmigrantes como descendientes de árabes— fueron blanco de miradas hostiles, controles desmedidos en aeropuertos, exclusión laboral y agresiones verbales o físicas. La islamofobia, más que un fenómeno pasajero, se convirtió en una matriz cultural con efectos de largo plazo.

Latinoamérica y sus propias tensiones

Aunque Latinoamérica no participó directamente en la llamada “guerra contra el terrorismo” encabezada por Estados Unidos, la región no quedó exenta de los efectos sociales del 11-S. Países con comunidades árabes y musulmanas significativas, como Argentina, Brasil, Chile, México y Venezuela, experimentaron un aumento de prejuicios hacia estos colectivos.

En Argentina, por ejemplo, la Triple Frontera (que comparte con Brasil y Paraguay) se convirtió en objeto de sospechas internacionales bajo la acusación de ser “refugio” de células terroristas, lo que derivó en un escrutinio mediático y político que afectó a comerciantes y familias de ascendencia árabe en la zona. En Chile, donde la comunidad palestina es una de las más numerosas fuera del mundo árabe, se intensificaron los discursos que confundían identidad cultural con amenaza global. En México, organizaciones islámicas denunciaron un aumento en las actitudes discriminatorias tras el 2001, especialmente hacia mujeres que usaban hiyab.

Es importante subrayar que estas actitudes no surgieron de la nada. Ya existían prejuicios hacia migrantes del Medio Oriente desde inicios del siglo XX, cuando fueron denominados despectivamente como “turcos” al llegar con pasaportes otomanos. El 11-S no creó la discriminación, pero sí la reforzó y legitimó en nuevas formas.

Medios de comunicación y representación

Uno de los principales canales que amplificaron la islamofobia en Latinoamérica fueron los medios de comunicación. La cobertura del 11-S y los años posteriores estuvo marcada por imágenes reiteradas de violencia, soldados en Medio Oriente y sospechosos musulmanes. Estas narrativas llegaron a la región a través de cadenas internacionales y fueron reproducidas por medios locales, muchas veces sin matices ni voces de las comunidades musulmanas.

El resultado fue la instalación de un imaginario donde lo musulmán aparecía como extraño, peligroso o incompatible con la modernidad. Esto se tradujo en una falta de representación positiva de la diversidad islámica en la región, invisibilizando a comunidades que forman parte activa del tejido social latinoamericano desde hace generaciones.

El impacto en la vida cotidiana

Más allá de los titulares, la islamofobia se vivió en la vida cotidiana de las personas. Testimonios de musulmanes latinoamericanos relatan situaciones de exclusión laboral por portar símbolos religiosos, miradas de desconfianza en espacios públicos, comentarios ofensivos en escuelas y universidades, e incluso agresiones verbales o físicas.

Para muchas mujeres musulmanas, el hiyab se convirtió en un punto focal de discriminación. Si bien en algunos países de la región existe mayor tolerancia, no faltaron los casos de burlas, hostigamiento e incluso pedidos de retiro del velo en ciertos ámbitos educativos.

Este clima de sospecha afectó no sólo a musulmanes practicantes, sino también a descendientes de árabes cristianos que fueron confundidos con musulmanes por su fenotipo o apellido. Así, la discriminación no se limitó a una religión específica, sino que se expandió a toda una identidad cultural percibida como “otra”.

Resistencias y construcción de puentes interculturales

Sin embargo, frente a este escenario también surgieron respuestas de resistencia y construcción de puentes interculturales. Diversas organizaciones islámicas en la región comenzaron a trabajar activamente para difundir conocimiento sobre el islam, promover el diálogo interreligioso y visibilizar su aporte cultural en Latinoamérica.

En Argentina, la Sociedad Islámica de San Juan y el Centro Islámico de la República Argentina (CIRA) organizaron charlas abiertas para desmitificar prejuicios. En Brasil,

comunidades musulmanas crearon espacios educativos para enseñar sobre la fe islámica más allá de los estereotipos. En Chile, líderes musulmanes y palestinos participaron en foros públicos para contrarrestar los discursos de odio.

Estas iniciativas, aunque no siempre tienen gran difusión mediática, son fundamentales para desarmar la narrativa del “otro peligroso” y mostrar la diversidad y riqueza cultural de los musulmanes latinoamericanos.

De la seguridad a la inclusión

A nivel político, el impacto del 11-S también influyó en la manera en que algunos Estados latinoamericanos abordaron sus políticas de seguridad. La presión internacional para alinearse con la lucha antiterrorista llevó a medidas de vigilancia más estrictas, que en ocasiones derivaron en estigmatización de comunidades específicas.

Hoy, más de dos décadas después, es necesario repensar esas políticas con un enfoque que equilibre la seguridad con la inclusión social y la protección de derechos humanos. Reconocer la islamofobia como una forma de discriminación cultural y religiosa es un paso indispensable para construir sociedades más justas y equitativas.

El 11 de septiembre de 2001 fue un parteaguas en la historia mundial. Las imágenes de las Torres Gemelas cayendo siguen presentes en la memoria colectiva, recordándonos la vulnerabilidad de las sociedades modernas frente a la violencia extremista. Pero más allá del horror inmediato, el atentado dejó una secuela cultural que aún persiste: la expansión de la islamofobia.

En Latinoamérica, región que ha sido históricamente receptora de migraciones árabes y musulmanas, el impacto se tradujo en prejuicios reforzados, narrativas mediáticas simplistas y discriminación en la vida cotidiana. Sin embargo, también abrió la puerta a nuevas formas de diálogo, resistencia y construcción intercultural.

A casi un cuarto de siglo del 11-S, el desafío sigue siendo el mismo: no permitir que el miedo se transforme en odio, y reconocer que la diversidad es una fortaleza antes que una amenaza. El recuerdo del atentado no debe perpetuar estigmas, sino recordarnos que las sociedades solo se fortalecen cuando logran convivir en la pluralidad y el respeto mutuo.

Inicia la conversación

Autores, por favor Conectarse »

Guías

  • Por favor, trata a los demás con respeto. No se aprobarán los comentarios que contengan ofensas, groserías y ataque personales.