¿Las aulas caribeñas pueden convertirse en semilleros para resolver conflictos?

‘Juntos podemos’ es el lema de la Secundaria Central San Salvador en Bahamas. Foto de Richard Tanton en Flickr (CC BY-NC 2.0).
En el Caribe, el aula siempre ha sido mas que una lugar para aprender matemáticas y gramática. Es donde se forjan las identidades, se refuerzan los valores, y los conflictos sociales a menudo se extienden desde el patio de la escuela hasta las calles.
En toda la región, se informa de peleas de estudiantes, acoso e incluso incidentes violentos que se han vuelto inquietantemente comunes. Los maestros, antes figuras de autoridad, ahora enfrentan aulas donde creen firmemente que es necesario reforzar las medidas disciplinarias estrictas.
En septiembre de 2024, surgieron informes de que jóvenes en Antigua y Barbuda habían comenzado a abandonar las escuelas por miedo a la violencia. En Jamaica, hubo padres que expresaron preocupación sobre la seguridad escolar, mientras que en Trinidad y Tobago, la primera ministra, Kamla Persad-Bissessar, señaló que para algunos niños, asistir a la escuela se ha convertido en una perspectiva aterradora, lo que ha llevado a la decisión de instalar policías armados en escuelas propensas a la violencia. La Asociación Nacional de Padres y Maestros y la Asociación de Maestros Unidos de Trinidad y Tobago han dicho que no apoyarán la medida.
Aunque las instituciones educativas pueden parecer campos de batalla mas que sitios seguros, sus propias tensiones ocultan oportunidades para la transformación. ¿Y si las escuelas del Caribe se convirtieran en incubadoras de primera línea para construir la paz?
El legado de conflicto en la región
El Caribe carga con un extenso legado de desigualdad estructural, jerarquías coloniales y exclusión social. Estas dinámicas emergieron tempranamente. Ya en escuela secundaria, muchos estudiantes sienten el peso de rivalidades entre comunidades, presiones para reclutar pandilleros y prejuicio racial o de clases. Los ministros de Educación de Trinidad y Tobago, Jamaica, Guyana y Santa Lucia han invertido en unidades seguras en las escuelas, funcionarios de orientación y programas de prevención contra la violencia.
Con demasiada frecuencia, estas intervenciones son parciales, empiezan con gran fanfarria política y luego se eliminan gradualmente tras un ciclo electoral. Los estudiantes observan las inconsistencias. Los profesores sienten la falta de apoyo. Las comunidades continúan sin confiar en las escuelas y los sistemas amplios que deberían proteger a los niños.
Algunos datos muestran lo extendido que están la violencia y el acoso escolar en las aulas del Caribe. De acuerdo a un informe de 2014 que examinaba la victimización por acoso escolar en la región, alrededor del 29% de los estudiantes caribeños informaron haber sufrido acoso en la escuela, mientras que un estudio de UNICEF Jamaica reveló que seis de cada 10 estudiantes dicen haber sido acosados en algún punto de sus vidas. Ciertamente, casi 30% temen ir a la escuela por temor a ser acosados.
El informe Violencia contra niños en Latinoamérica y el Caribe (2015-2021) reveló que entre los niños de 11 a 12 años, alrededor de dos de cada cinco estudiantes fueron victimas de algún tipo de acoso escolar. Lejos de ser solo números, estas estadísticas revelan que un entorno lleno de miedo distrae a los estudiantes, los maestros se sienten poco preparados y el aprendizaje se ve comprometido.
Qué funciona
A pesar de las dificultades, algunos modelos iniciales se han mostrado prometedores. Aunque imperfectos, estos acercamientos dan concreta evidencia de que mejorar es posible. Tomemos como ejemplo programas como Paz y Amor en Escuelas (PALS) en Jamaica, lanzado en la década de 1990. Empezó con algunas escuelas piloto, y se expandió a mas de 250; formaron a maestros para que medien con el conflicto, y guíen a los estudiantes a través del arte de “afirmaciones de Yo” en vez de insultos, e involucren a los padres en talleres de trabajo. Las evaluaciones notaron mejoras en el comportamiento en las aulas y disminución en incidentes de violencia.
Por su parte, el proyecto piloto CARICOM/Violencia Juvenil en España reveló la gravedad del acoso escolar y la violencia entre compañeros, pero también creó un espacio para que las escuelas pusieran a prueba las actividades de vinculación y prácticas restaurativas. En Santa Lucia, la resolución de conflicto se ha integrado directamente en los planes de estudio, un experimento para integrar la paz en el propio ADN del sistema educativo, en lugar de delegarlo a proyectos a corto plazo. Estos ejemplos muestran que, pese a los desafíos, las aulas pueden convertirse en sitios de transformación.
Por que las aulas importan, especialmente ahora
El Caribe no es ajeno a ciclos de violencia, ya sea en comunidades afectadas por pandillas, espacios domésticos o incluso en línea. Pero las escuelas son diferentes. Son el único lugar donde casi todos los niños, independientemente del contexto, pasan algunos cuantos años. Son el punto mas consistente entre el Estado y ciudadano. A diferencia de los proyectos de organizaciones no gubernamentales, que van y vienen, las escuelas permanecen. Los maestros pueden cambiar, los ministros de Educación pueden rotar, pero la campana de la escuela seguirá sonando.
La consistencia hace de las aulas uno de los lugares mas estratégicos para plantar semillas de paz – y con el aumento del desempleo juvenil, presiones migratorias y la desconfianza constante en las instituciones, el momento importa. Los hábitos que los jóvenes forman en escuela hoy, muestran cómo resuelven conflictos mañana, ya sea en casa, en el trabajo o en política.
Imagina entrar en un salón de clases donde el primer cartel en la pared no es el calendario de exámenes, sino consejos de cómo mediar los desacuerdos, donde, en vez de que una suspensión sea la respuesta automática a una pelea, los alumnos se sienten en círculos restaurativos para debatir lo sucedido y reparar el daño causado. Esta es la visión de un aula pensada para la paz, donde el conflicto se maneja y se transforma en aprendizaje.
Incorporar la resolución de conflicto en el currículum es el primer paso. Programas como “Educación ciudadana y habilidades para la vida” de UNESCO muestra que la empatía, la comunicación y la resolución de problemas pueden enseñarse junto a las matemáticas y lectura. De manera similar, el marco escolar del Instituto Internacional para Practicas Restaurativas (IIRP) enseña a los estudiantes a responsabilizarse de sus interacciones, les enseña a escuchar, reflexionar y negociar.
Sin embargo, las aulas no existen de forma aislada. Los niños cargan con las lecciones aprendidas en el hogar hacia el vecindario, por lo que es importante colaborar con padres, grupos de sociedad civil y – con precaución- la Policía local, para reforzar conductas positivas. La evidencia también importa. Las escuelas que registran incidentes, supervisan la asistencia y recopilan opiniones de los alumnos, maestros y familias están en mejores condiciones a adaptarse y mejorar. Herramientas como el conjunto de herramientas de Escuelas con Supervisión Segura de UNICEF ayudan a capturar qué funciona qué no, y convierte los primeros logros en pruebas de que la transformación es posible.
En ultimo caso, la sostenibilidad proviene de la estructura. Un aula orientada en paz, que se basa en políticas y normativas escolares tiene más probabilidades de resistir los cambios políticos y de liderazgo. Si se cuida, el aula puede convertirse en uno de los espacios más duraderos de la región para formar ciudadanos capaces de construir paz en sus comunidades.
Barreras y oportunidades
Transformar salones de clases no es fácil. Los ciclos de financiación son cortos, y normas culturales sobre castigos (a veces incluso castigo corporal) siguen estando profundamente arraigados. Los maestros están sobrecargados, así que añadir resolución de conflictos a su carga de trabajo sin entrenamiento o apoyo adecuados tiene como riesgo el agotamiento.
Además, las reformas educativas en el Caribe están a menudos vinculadas a la imagen política. Un programa que presenta un Gobierno queda discretamente archivado cuando un nuevo partido toma el poder, independientemente de la efectividad. Para que la paz construida en las escuelas pueda durar, debe tener bases firmes en políticas, layes y un amplio consenso social.
A pesar de las dificultades, las sociedades caribeñas se encuentran en una encrucijada y hay un impulso sobre el cual construir. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, explícitamente pide “educación inclusiva y equitativa de calidad” (Objetivo 4) y por “sociedades pacificas e inclusivas” (Objetivo 16).
Podemos hacer que las aulas sigan imitando los conflictos que están fuera de sus puertas, o deliberadamente podemos convertirlos en lugares donde los jóvenes aprendan cómo resolver conflictos sin violencia. Lo que está en juego no podría ser más importante. Una generación que aprende empatía, dialogo y mediación en escuelas es una generación mejor preparada para liderar comunidades pacificas. Una generación que no actúa así, corre el riesgo de llevar el mismo ciclo de desconfianza, exclusión y violencia en el futuro.
Las aulas caribeñas son mucho más que cuatro paredes y una pizarra, es donde se asienta el futuro de la región cada mañana, que espera que le enseñen. La pregunta es si seguir enseñando temas académicos, o si también enseñar paz.
Este articulo es parte de The Bridge (El puente), presentacion con opiniones, comentario e investigacion desde la perspectiva singular de la Comunidad de Global Voices. · Todos los articulos







