Entre la xenofobia y la solidaridad: mi historia de migración a Colombia

Ilustración de Global Voices.

Por Sofía, miembro del proyecto periodístico Mi Historia.

Tenía 12 años cuando mi mamá tomó la decisión de emigrar a Colombia desde nuestra casa en Venezuela. Nunca imaginé las adversidades que nos esperaban en un país ajeno al nuestro.

Recuerdo que, antes de viajar, mi abuela y mi padre me pidieron que no me fuera. Hacían comentarios que yo sentía xenófobos hacia los colombianos y, como no compartía esa visión, les hice caso omiso. También insistían en que, debido a la migración masiva de venezolanos hacia Colombia, Venezuela se estaba deteriorando y que allá solo encontraría sufrimiento. Pero para mí nada de eso importaba: lo único que quería era estar con mi mamá, porque era con ella con quien debía estar.

El 13 de enero de 2021 llegó el día del viaje. Finalmente partimos rumbo a Saravena, Arauca, un territorio binacional marcado por el movimiento constante de migrantes en tránsito y de personas que llegan a Arauca para vivir.

Chalana en el rio Arauca. Foto: Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0

En ese momento no tenía idea de la magnitud del fenómeno migratorio: miles de venezolanos entraban y salían de Colombia. Solo en 2021, aproximadamente 1,84 millones emigraron a este país. En 2025, segun la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), 7,9 millones de personas han salido de Venezuela buscando protección y una vida mejor..

La migración venezolana respondió a múltiples razones: la crisis económica, la escasez de alimentos y medicinas, la inseguridad, la falta de oportunidades laborales y educativas, así como la crisis política y social que golpeaba al país desde hacía años. En medio de esas dificultades, Colombia se convirtió en una de las principales opciones para quienes buscaban mejores condiciones de vida.

Recuerdo que, al cruzar el río Arauca, nos dirigimos directamente a Saravena. Como desconocíamos la moneda colombiana, nos cobraron 130.000 pesos por persona (33 USD) por el trayecto en carro particular, es decir 260.000 pesos en total (66 USD). Sin saberlo, pagamos más de seis veces el precio real, pues en ese entonces el pasaje costaba alrededor de 40.000 pesos (10 USD). Viví muchas experiencias junto a mi mamá que, por mi edad, no me correspondían. Gracias a todo eso soy la persona que soy ahora, con un pasado lleno de temor y dolor.

En Colombia, mi mamá comenzó a trabajar como vendedora ambulante. No tenía documentos para hacerlo de manera legal ni existían oportunidades más estables. Sin embargo, por su delicada salud no pudo sostener ese esfuerzo mal remunerado. Como no contábamos con acceso a la salud gratuita, evitábamos arriesgarnos. Pese a ello, en abril de 2021 tuvo que ser ingresada en la unidad de cuidados intensivos. La angustia era doble: por su estado y por los costos médicos que, como extranjeras, resultaban altísimos. Tras muchos trámites, y estando yo sola a su lado, el hospital finalmente cubrió los gastos. Durante ese tiempo recibí ayuda de personas solidarias, aunque también sufrí episodios de discriminación. “Esto existe en todo el mundo”, me repetía todo el tiempo.

Cuando mi mamá salió del hospital, logró conseguir un trabajo formal. El salario, sin embargo, era muy bajo: alrededor de 300.000 pesos (76 USD), mientras que el sueldo mínimo mensual en ese entonces era de 908.000 pesos (231 USD). Los 608.000 pesos (155 USD) que faltaban se sentían como un abismo, y yo, por mi edad, no podía trabajar para ayudar con los gastos.

En 2022 el Gobierno colombiano implementó el Permiso de Protección Temporal, que permitía a los migrantes acceder a servicios de salud y afiliarse a una Entidad Promotora de Salud (EPS). Mi mamá y yo hicimos los trámites, pero por desgracia a ella nunca le aprobaron el documento; solo a mí. A principios de 2023 su salud empeoró aún más, y no nos quedó otra opción que regresar a Venezuela.

La discriminación que enfrentamos, especialmente mi mamá, fue una de las experiencias más difíciles. La xenofobia en Colombia se convirtió en un problema creciente en el contexto de la migración venezolana. Hay informes de estigmatización, violencia y rechazo hacia migrantes en distintas regiones del país.

Aun así, aprendí que no todos los colombianos actúan de esa manera. Muchas personas demostraron solidaridad y apoyo sincero. También hubo esfuerzos de autoridades y organizaciones para enfrentar la discriminación a través de programas de sensibilización, defensa de derechos humanos y promoción de la convivencia pacífica.

Gracias a quienes nos tendieron la mano, nuestra estadía en Colombia no fue del todo amarga. De ellos aprendí que la nacionalidad no define si somos mejores o peores, sino que es nuestra idiosincrasia lo que realmente nos hace quienes somos.

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