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Por Frida Ibarra
En las tierras altas de Chiapas, México, donde la neblina se enrosca en las verdes montañas, mi abuela aún vive la pequeña comunidad rural donde crio a su familia. Nunca aprendió a leer ni a escribir.
De adolescente, mi madre, decidida a continuar sus estudios, dejó la aldea para ir a la escuela en una ciudad cercana, un viaje difícil que pocas niñas de su comunidad podían hacer en ese momento.
Crecí con privilegios que mi madre y mi abuela no tuvieron: un lugar permanente en la escuela, acceso a libros y además internet. Ese salto generacional de analfabetismo a acceso digital da forma a todo lo que hago. Es la brújula que me guía para asegurarme de que las niñas en Chiapas puedan usar la tecnología no solo para aprender, solo para liderar.
Hay mucho en juego. Chiapas es uno de los estados más pobres de México. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), en México, el 74.2% de la población vive en pobreza, con un 46.5% en extrema pobreza. La participación de las mujeres en la fuerza laboral formal es de apenas el 31%, muy por debajo del promedio nacional, que es del 45%. La mayoría de las mujeres trabaja informalmente en agricultura de subsistencia o ventas a pequeña escala, por lo que ganan cerca de 5200 pesos al mes (cerca de 260 dólares) sin beneficios ni seguridad laboral.
El analfabetismo es una barrera significativa. A nivel estatal, las tasas oscilan ente el 16 y 17%, pero entre las mujeres indígenas llegan al 25–30%. Cerca del 28% de los habitantes de Chiapas hablan lenguas indígenas, como el tzotzil, tzeltal y chol, pero la mayoría de los recursos educativos y digitales están en español, lo que crea una gran barrera lingüística, y a veces hace que los estudiantes se alejen de sus raíces culturales.
En la zona rural de Chiapas, la penetración de internet está entre las más bajas de México: solo el 35% de las viviendas rurales tienen acceso, a comparación del 75% en zonas urbanas. Muchos centros comunitarios dependen de computadores de escritorio obsoletos y electricidad intermitente, a veces ayudada con paneles solares. En algunas aldeas, 20 0 más estudiantes comparten un computador.
La violencia agrega más restricción. En 2024, el Observatorio Feminista registró 197 muertes violentas de mujeres en Chiapas, que incluyen 63 feminicidios confirmados. Esas amenazas hacen que a las niñas les sea más difícil asistir a la escuela o participar en programas extracurriculares de manera segura.
Algunas iniciativas trabajan dentro de esas restricciones. El programa Low-Tech, financiado por UNICEF, equipa a los maestros rurales con planes de estudio de alta calidad y que pueden usarse en dispositivos móviles. Tecnolochicas es un programa que enseña a las niñas entre 12 y 17 años codificación, robótica y otras habilidades de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, en el que las participantes mejoran su conocimiento digital en un 60%, y salgan con más confianza y mayores aspiraciones para carreras relacionadas con tecnología. Sus proyectos van desde diseño web a IA, con perspectiva de género.
Integrar la cultura indígenas a la educación digital también ha mostrado buenos resultados. Elaborar conjuntamente contenido de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas en lenguas locales mejora la retención, y también genera orgullo cultural, un factor fundamental para que las niñas no abandonen la escuela. Un ejemplo es la reciente iniciativa de México de traducir 180 nuevos libros de texto en 20 lenguas indígenas, liderada por la Secretaría de Educación Púbica, que busca fomentar la inclusión educativa y el orgullo cultural.
La cuarta ola de feminismo en México, caracterizada por liderazgo juvenil y activismo digital, ha encontrado terreno fértil en Chiapas. Las niñas que aprenden a codificar están creando sitios web para colectivos de derechos de la mujer, organizar campañas de medios sociales contra la violencia doméstica y analizar datos de feminicidio para sustentar promoción desde las bases.
Estas colaboraciones entre organizaciones comunitarias y jóvenes con conocimientos tecnológicos son una resistencia silenciosa, pero decidida a las desigualdades sistémicas, que insiste que la preservación cultural y el progreso pueden ir de la mano.
Estudio del Banco Mundial sugieren que la inversión sostenida en la educación digital rural podría terminar con el analfabetismo en Chiapas en un 10% al cabo de diez años. Con más centros tecnológicos locales, las niñas podrían liderar el desarrollo económico a través de empresas, cooperativas y proyectos culturales, sin dejar el lugar que llaman hogar.
Pero sin financiamiento a largo plazo y apoyo normativo, la pobreza y la violencia de género continuará limitando oportunidades. La brecha digital se profundizará, y otra generación de mujeres quedarán fuera de la economía digital.
El futuro de estas niñas depende de crear un espacio en el que las mujeres puedan cumplir sus sueños, difundir su conocimiento y dar forma al futuro de México. Empieza por identificar y entender los problemas específicos que las mujeres enfrentan, seguido de una respuesta que sea empática y ayude. Solo a través de estas acciones, las niñas realmente podrán desplegar su potencial y crear una sociedad más justa y próspera.
Pienso en mi abuela, cuyo mundo estaba limitado por el analfabetismo, y mi madre, que salió de casa para seguir su educación. Ahora, veo que las niñas en Chiapas suben por una escalera a la que mi familia nunca pudo llegar. Esa escalera es frágil, pero lo estamos construyendo ladrillo a ladrillo.







