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Desde Turquía, opiniones acerca de la guerra en Ucrania, un año más tarde

Categorías: Rusia, Ucrania, Guerra y conflicto, Medios ciudadanos, Periodismo y medios, The Bridge, Tres años de la invasión rusa a Ucrania

«Campos de trigo ilimitados en el este de Ucrania». Imagen [1] de Polina Rytova [2]. Uso permitido bajo licencia Unsplash. [3]

Muchas personas alrededor del mundo siguieron con incredulidad la invasión rusa a Ucrania, ocurrida hace un año. Fue una guerra conducida por un solo hombre, como si se tratase de un titiritero que presenta un espectáculo a un público, a gran parte del resto del mundo. Al igual que muchas personas, me pegué a las noticias, seguí las novedades, preocupada por mis amigos ucranianos, por mis colegas y sus familias. No sabía en ese entonces que esta pesadilla dudaría un año sin final a la vista.

Desde entonces, la destrucción y los escombros que dejó como resultado la invasión de Rusia a Ucrania han sido devastadores. La respuesta mundial en apoyo a Ucrania, aunque ha recibido significativa ayuda, no ha detenido a Rusia de seguir con ventaja en esta guerra, gracias a sus mercenarios, su régimen autocrático que silencia a cualquier oposición local a esta guerra y un puñado de partidarios internacionales, incluida China e Irán.

Sin embargo, a pesar del terror desatado por el Estado ruso, los ucranianos han demostrado tener coraje y unidad, se mantienen firmes, defienden su pasado, su presente y su futuro. Mi corazón está con todos los valientes amigos y colegas que han seguido haciendo su trabajo, a pesar del caos. También, mis más sinceras condolencias a todas las familias de quienes ya no se encuentran con nosotros.

Al comienzo de la invasión, escribí esta reflexión personal [4] acerca de cómo se presenta y percibe esta guerra en países como Turquía, donde yo vivo. Sigo de acuerdo con lo que escribí en ese entonces, que al igual que al comienzo de la guerra, un año después, los periodistas internacionales, analistas y observadores, vivimos en una burbuja de noticias de ideas afines. Sin duda nos aventuramos a un abismo de propaganda rusa o prorrusa, solo para darnos cuenta de que no mucho ha cambiado. Si acaso, ha desatado el descontrol. En 2022 se probó, nuevamente, algo: no importa qué tan objetivos sean los informes, qué tan profundos sean los análisis y qué tan verificado esté el contenido que uno ofrece, mientras la audiencia no escuche, es muy poco lo que podemos hacer para cambiar la narrativa de la propaganda. Sin embargo, también mientras quienes se encuentran detrás de las propagandas no sean conscientes ni sientan miedo de los crímenes que cometieron, ¿qué podemos hacer?

En “El ruido del tiempo [5]” de Julian Barnes, está este fragmento:

And yet, for all this, for all that he was unparalleled in depicting tyrants knee-deep in blood, Shakespeare was a little naive. Because his monsters had doubts, bad dreams, pangs of conscience, guilt. They saw the spirits of those they had killed rising in front of them. But in real life, under real terror, what guilty conscience? What bad dreams? That was all sentimentality, false optimism, a hope that the world would be as we wanted it to be, rather than as it was. Those who chopped the wood and made the chips fly, those who smoked Belomory behind their desks at the Big House, those who signed the orders and made the telephone calls, closing a dossier and with it a life: how few of them had bad dreams, or ever saw the spirits of the dead rising to reproach them. 

Y por todo esto, por todo aquello, era inigualable en plasmar tiranos con sangre hasta el cuello. Sin embargo, Shakespeare era un poco ingenuo, ya que sus monstruos tenían dudas, pesadillas, cargo de conciencia, culpa y vieron a los espíritus de aquellos a quienes habían asesinado levantarse frente a ellos, pero en la vida real, bajo el terror real, ¿Qué cargo de conciencia tienen? ¿Qué pesadillas tienen? Todo eso era sentimentalismo, falso optimismo, una esperanza de que el mundo fuera como nos gustaría, en vez de como es. Quienes tomaron las decisiones sin pensar en las consecuencias, los que fumaron Belomory detrás de sus escritorios en la prisión, los que firmaron las ordenes e hicieron las llamadas telefónicas, cerraron un expediente y con eso una vida: cuán pocos tuvieron pesadillas o vieron a los espíritus de los muertos levantarse para reprocharlos.

A lo largo de 2022, no dejé de oír la palabra “conciencia” o debería decir, falta de conciencia. Por parte de quienes toman las decisiones y por quienes las ejecutan. La conversación respecto a los rusos suma más matiz. Los rusos que están contra la guerra han dejado el país por miedo a las repercusiones, los que se quedaron han sido silenciados y el resto de la comunidad está dividida entre quienes siguen apoyando el discurso de guerra del Estado y quienes no.

La cobertura de estos matices en Turquía ha sido interesante. Turquía está entre los países que no solo se abstienen de sancionar a Rusia, sino que también mantienen su espacio aéreo abierto para vuelos, a la vez que se convierten en un destino popular para los rusos que han dejado su país desde el comienzo de la guerra. En el vecindario donde yo vivo en Estambul, veo rusos pasear por las cafeterías y los restaurantes frecuentados por los lugareños y comprar en los mismos supermercados. Desde la invasión de Ucrania, he asistido a bastantes conciertos de artistas rusos; entrevisté al dueño de una cafetería de Rusia y no dejé de escuchar historias de más rusos que decidieron viajar a Turquía y quedarse aquí por el momento. El otro día, mientras esperaba en una fila para pagar en mi supermercado local, un ruso pagó por sus productos (en efectivo) y devolvió el cambio que la cajera le entregó. Explicó, en inglés, que no lo necesitaba. No pude evitar dirigirme al hombre en ruso, le dije que quizás el cambio le sería de utilidad para pagar alguna otra cosa. El hombre, al comienzo sobresaltado por escuchar ruso, se repuso de la sorpresa y respondió que no le había encontrado utilidad. Mientras se marchaba, levantó la vista, indeciso entre si debía hablarme o no, pero luego abandonó la tienda. Más tarde pensé respecto a su conciencia.

He vivido en mi vecindario por más de 10 años. Naturalmente, he creado amistades con el personal de las tiendas y los dueños, en cafeterías, y otros negocios. Cuando les pregunto si han percibido un aumento en los clientes rusos, todos responden que “sí”. En Kadikoy, vecindario ajetreado a solo 20 minutos en automóvil de donde yo vivo, escuché que hablaban incluso más ruso en las calles.

Para un periodista, esta es una historia, pero para alguien que está vinculado a la religión y tiene amistades azotadas por la guerra en Ucrania, escribir esas historias es difícil. Aunque los turcos como sociedad y Turquía como Estado han recibido a los negocios rusos y a los emigrantes con los brazos abiertos, para las personas como yo, es un poco más complicado. Eso y la persistente narrativa nacionalista contra Occidente en Turquía, que asegura que Rusia fue provocada, convierte el argumentar en contra de estas opiniones en un desafío.

Todo esto me recuerda una vez más aquella historia que escribí al comienzo de la guerra, el conocimiento que las personas como yo tenemos y la familiaridad con la energía de “hermano mayor” de Rusia en nuestro territorio, nos pone en una posición de escépticos. No obstante, escépticos en un país extranjero (al menos en mi caso), que tiene sus propios problemas y narrativas históricas.

¿A dónde me lleva todo esto? A un lugar donde la paciencia, la ética periodística y las conexiones personales se enfrentan a diario. Sin embargo, también me deja una tarea: no dejar de explicar a quienes piensan de otra manera, que Rusia, un Estado agresor, no necesitó una provocación para invadir Ucrania. Tal como se ha demostrado en 2022, ese siempre fue el plan.