El uso de las palabras es crucial para defender a Ucrania

Balakliya_Shevchenko

Militares ucranianos retiran una pancarta con el lema en ruso: «Somos uno con Rusia». Bajo la pancarta, versos de Taras Shevchenko, poeta ucraniano del siglo XIX. Captura de pantalla de YouTube.

Traducido del ucraniano por Marina Khonina

Hasta 2014, los ucranianos no tuvieron necesidad de especificar cuando se referían a «la guerra». Cuando alguien decía «antes de la guerra» o «después de la guerra», todo el mundo entendía que se trataba de la Segunda Guerra Mundial. Aunque cada uno interpretaba la historia de forma diferente (para algunos, las tropas soviéticas de la década de 1940 eran liberadoras; para otros, eran las nuevas fuerzas de ocupación), para cada uno de nosotros, la guerra era un acontecimiento terrible, ya pasado, que no podía volver a repetirse. Al fin y al cabo, ya no existían monstruos capaces de desencadenar una nueva guerra sangrienta en Europa.

Sin embargo, resultó que sí existían tales monstruos. En 2014, Rusia anexionó una parte de Ucrania, la península de Crimea, y organizó una «rebelión popular» en las regiones de Donetsk y Luhansk. Los «rebeldes» estaban dirigidos por fuerzas especiales rusas y armados con armamento ruso. Ucrania tuvo que defenderse y consiguió liberar una parte de su territorio, pero fue detenida por el Ejército ruso, que invadió la región de Donetsk. Por primera vez desde 1944, Ucrania vio una línea de frente, trincheras, bombardeos de artillería, guerra de tanques, refugiados, héroes y bajas.

No obstante, en aquel momento, las autoridades ucranianas decidieron no calificarlo de forma oficial como guerra, aunque se habló de «agresión rusa». En su lugar, utilizaron el eufemismo «operación antiterrorista» («антитерористична операція») y, desde 2018, «operación de fuerzas conjuntas» («операція об'єднаних сил»). Según ellos, esto les permitía no implantar la ley marcial, evitar la confrontación directa con Rusia y ofrecía una oportunidad para la resolución pacífica del conflicto. Sin embargo, no hubo paz; los bombardeos continuaron, hubo muertes y los habitantes de los territorios ocupados no tuvieron la oportunidad de llevar una vida normal. En lo formal, tampoco hubo guerra. Militares, voluntarios y desplazados internos recordaron este suceso durante estos ocho años, pero los políticos, diplomáticos extranjeros y organizaciones internacionales eludían la palabra.

Desde el 24 de febrero de 2022, cuando el Ejército ruso inició una nueva ofensiva contra Ucrania, buscamos nuevos eufemismos. Los ucranianos llaman a esta guerra «de gran escala» o «grande» para distinguirla de la fase anterior de la agresión rusa. Podría decirse que, para una persona que perdió su hogar o a sus seres queridos en Donetsk o Luhansk, la guerra anterior a 2022 fue lo suficientemente grande. Es importante que recordemos y que recordemos a los demás que Rusia lleva atacando desde 2014.

En la actualidad, Rusia es la que evita la palabra «guerra» y se refiere a lo que está haciendo en Ucrania como una «operación militar especial» («специальная военная операция»). Esta etiqueta forma parte del intento de Rusia de privar a Ucrania de su subjetividad a los ojos del mundo y afirmar la pretensión de Rusia de hacer lo que quiera en nuestro territorio. Las frases «neutrales» y «diplomáticas» utilizadas por las organizaciones internacionales y los medios extranjeros también contribuyen a lograr este objetivo. Incluyen frases como «la crisis ucraniana» o «el conflicto en Ucrania». Si ignoramos las razones pseudohistóricas inventadas por Rusia que supuestamente justifican su invasión de un país vecino, tendremos que reconocer que no hubo crisis en Ucrania sin la participación de Rusia. Más aún, el «conflicto» puede resolverse en un instante; Rusia solo debe retirar sus tropas de nuestros territorios y dejar de dispararnos misiles.

Un asunto de identidad

En abril vi un misil ruso Kalibr cerca del centro de Lviv. Es una ciudad al oeste de Ucrania, a miles de kilómetros de la zona de guerra. El misil sobrevoló mi casa y en cuestión de segundos impactó contra un taller local de reparación de autos y causó la muerte de cuatro trabajadores. La onda expansiva destrozó las ventanas de un hotel cercano que alojaba a personas desplazadas. La metralla hizo que un niño de tres años de Kharkiv perdiera un dedo. Su madre dijo que intentaba sacarlo de la habitación para ponerlo a salvo y no entendía por qué gritaba, «¡Mi dedo! ¡Dedo!».

El célebre escritor ruso Fiódor Dostoievski escribió que la felicidad del mundo entero no vale ni una lágrima en la mejilla de un niño inocente. Por lo visto los rusos, que se criaron con Dostoievski, no consideran inocentes a los niños ucranianos, porque ya han matado a 500 niños, y cada día matan y mutilan a más niños con cohetes, bombardeos y minas. También han robado a cientos de niños ucranianos de los territorios ocupados y se los han llevado lejos de sus familias. A otros miles los están reeducando en las escuelas con libros de texto rusos y se les hace creer que ahora son rusos.

En este sentido, sería apropiado mencionar a un autor menos reconocido fuera de Rusia, pero conocido para todos los niños rusos, Ivan Krylov, que reescribió las fábulas de Esopo y La Fontaine. En uno de sus cuentos, un lobo está a punto de comerse a un cordero. El cordero le pregunta «¿Qué he hecho?», y el lobo responde «tú eres el culpable de mi hambre».

Hoy en día, cinco regiones ucranianas viven una guerra «caliente», y en todos los rincones de nuestro gran país se escuchan con frecuencia explosiones de cohetes. Agradecemos al mundo que es civilizado por el apoyo que mantiene a nuestra sociedad alejada del colapso y ayuda al Ejército ucraniano a contener al enemigo. Pero también queremos que el mundo nos comprenda.

Nosotros queremos que entiendan que no somos rusos, que nunca hemos sido rusos (a pesar de lo que pueda decir Putin, y nunca seremos rusos). Escribo esto porque hace poco la directora de una organización, que distribuye ayuda humanitaria occidental, me enseñó algo que encontró entre los regalos hechos para los niños ucranianos. Era una «matrioska» (también conocida como «babushka» con forma de muñeca abultada , o «vanka-vstanka»). Es solo un juguete, pero también es un símbolo de la gente que nos atacó y quiere destruirnos.

Queremos que el mundo entienda que no necesitamos «reconciliarnos» ni sentarnos en una mesa de negociaciones con algún ruso. No nos animen a perdonar a nadie ni a conceder nada. Queremos preservar nuestro Estado independiente y hacer que nuestro país sea tan pacífico, próspero y feliz en el futuro como los países vecinos de Europa, y tenemos todo el derecho de que así sea. Los rusos tienen otros planes para nosotros; hablando sin rodeos, quieren que dejemos de existir. Es imposible llegar a un compromiso.

Hay que entender que si no nos defendemos y preservamos un orden mundial en el que las guerras de agresión sean inaceptables, las próximas víctimas van a ser en otros países, en Europa y más allá, y va a ser mucho más difícil defenderlos.

Esta comprensión puede demostrarse con las palabras e interpretaciones adecuadas para lo que somos, lo que hacemos y lo que Rusia nos está haciendo. Esto es crucial tanto para el mundo como para nosotros. La «operación especial» es una guerra de agresión contra territorio extranjero, injustificada y no provocada (¡recuerden el cordero!). Según diversas encuestas, entre dos tercios y tres cuartas partes de los rusos apoyan la «guerra de Putin«, de modo que es la guerra de Rusia y todos sus ciudadanos son responsables. La existencia de una «población rusohablante» en las zonas que Rusia atacó y destruyó en gran parte no justifica la agresión. No existen «esferas de influencia» que den derecho a un país a atacar a otro. Los territorios ucranianos que Rusia ocupó no pueden llamarse rusos y, el gobierno de ocupación nombrado para esos territorios no puede llamarse «administración prorrusa». Las «repúblicas populares» ni son del pueblo ni son repúblicas; se trata de un régimen de ocupación respaldado por las armas rusas. El «referéndum» organizado por las autoridades de ocupación rusas en los territorios ocupados, con su resultado predeterminado, no tiene nada que ver con la verdadera expresión de la voluntad de un pueblo, y así sucesivamente.

Rusia miente; en medios impregnados de propaganda, en declaraciones diplomáticas y, en comentarios de amigos «expertos» occidentales de Putin. Todo esto es un intento de distorsionar la realidad, trastornar los valores y hacer creer al mundo que Ucrania puede ser entregada. Usar palabras apropiadas recuerda al mundo que nosotros, los ucranianos, no tenemos nada que ceder: si lo hacemos, simplemente dejaremos de existir. Por ahora, somos solo nosotros.

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