En Latinoamérica, solo se puede alcanzar la salud mental ejerciendo memoria colectiva

Cortesía: «AMA y No Olvida,» Museo de la Memoria contra la Impunidad en Managua, Nicaragua

El debate sobre la salud mental cobra mucha importancia en la región latinoamericana por toda la historia de conflictos sociopolíticos, movimientos sociales criminalizados y perseguidos, militarización, guerras civiles y demás. La mayor parte de sociedades latinoamericanas — sino es que todas —  necesitan participar en el ejercicio de memoria colectiva, ya que esto puede representar un significativo paso hacia la configuración de la dañada identidad colectiva.

Los conflictos sociopolíticos dejan graves consecuencias en las sociedades que los sufren, y eso no queda en un punto estático de la historia antigua o inmediata de un país. Toda la historia individual, familiar y colectiva de pérdidas trasciende y deja una herida que muchas veces no se consigue sanar — y en la mayoría de los casos, tampoco tratar–. Como resultado se establece una identidad colectiva impuesta por la verdad oficial que narran siempre “los vencedores”.

Para el psicólogo y sociólogo francés Maurice Halbwachs, todo aquello que llamamos memoria tiene un componente social. Afirma que incluso nuestros recuerdos más personales “se relacionan con toda la vida material y moral de las sociedades de las que hemos formado parte”. Siguiendo la premisa de su obra, todos estos conflictos que han repercutido en nuestros países son parte de nuestra memoria y afecta nuestra identidad colectiva.

En acontecimientos donde la represión, el luto y la imposición de la auto-censura es imperante, una de las técnicas más utilizadas tanto por la víctima como por el victimario es el silencio. A las personas se nos impone el silencio de la disidencia, de la protesta, de la opinión, y en base a eso, el victimario va construyendo su versión oficial de cómo sucedieron las cosas sin tomar en cuenta el relato de las víctimas.

Por otro lado, este mismo relato desde el poder genera que las personas que comulgan con el mismo reproduzcan estos discursos o produzcan nuevos discursos culpabilizando a las víctimas por lo sufrido y así, revictimizar a personas sin siquiera escuchar o leer su versión de los hechos.

Esto poco a poco incide en el tejido social, polariza a la sociedad, además de la marginación e incluso criminalización de las víctimas, como es el caso actual de Nicaragua, donde el estado criminalizó a manifestantes para descalificar su protesta. Esto desemboca en más trauma, desconfianza y por supuesto un duelo crónico, un ejemplo de esto lo vemos en Guatemala, con las familias y víctimas que sufrieron el genocidio.

Darle un verdadero sentido a nuestras historias

Cuando hablo de la necesidad de ejercer memoria colectiva no busco hacer una referencia a la recopilación de información, discursos, e incluso canciones, sino a la práctica de ofrecer una resignificación a toda esta información para así poder –paulatinamente — incorporarla a nuestra cotidianeidad y brindar un nuevo significado a un suceso aunque que no hayamos participado directamente en el mismo.

Un ejemplo de esto es la colonia: los grupos indígenas y afrodescendientes desde su identidad y anclaje histórico, contrarrestan el relato oficial de la colonia y ofrecen una perspectiva diferente, que modifica en el presente un suceso que conocemos del pasado, cómo lo explica la antropóloga nicaragüense Maria José Díaz.

La resignificación de un suceso histórico, la narración de la verdad y la disidencia a la «mentira oficial» que construye el estado de manera hegemónica — según la historiadora e investigadora nicaragüense, Margarita Vannini –, brinda un sentido de dignidad a las personas víctimas de eventos traumáticos, ya no está siendo privatizado el daño sufrido durante estos acontecimientos y se encuentra la posibilidad del reconocimiento social de los hechos, por lo tanto es un primer paso a la mejoría de la salud mental.

También debemos dejar de encasillar a las víctimas solamente cómo tal, porque son personas que han tenido que atravesar procesos de transgresión a sus derechos humanos, han tenido que callar y seguir adelante, como si nada hubiese pasado. Por lo tanto, restarle agencia o identidad a una persona cuando nos referimos a ella solo como víctima es también una forma de revictimización.

No se trata de aspirar al perdón como un punto medio o de reconciliación. La búsqueda de verdad no debe ser negociable y no se puede perdonar cuando los perpetradores ni siquiera asumen la responsabilidad por sus actos o su participación en violaciones a derechos humanos.

Políticas de borradura e instrumentalización de la memoria

Está muy claro que en el momento que un grupo no pequeño de personas busquen establecer estrategias para empezar a ejercer la memoria colectiva, los grupos de poder van a buscar cómo acallar este relato porque su objetivo es aspirar al olvido y que su versión sea única e indeleble.

Esto lo vemos en Nicaragua, donde el estado nicaragüense sosteniene que las protestas de 2018 fueron un intento de golpe de estado. Nuevamente menciono a la maestra Vannini, porque postula que no logran de ninguna manera llegar al olvido, pues solo pueden establecer políticas públicas de borradura que busquen postergar ese relato de vencedores, obliterando a las víctimas, los estragos y todas las consecuencias de estos procesos. Un claro ejemplo de política de borradura es el caso de una rotonda en la capital de Nicaragua, donde el estado removió las cruces que colocaron en el sitio para honrar la memoria de los jóvenes asesinados.

También está la otra cara de la moneda, la reproducción y distribución morbosa de una versión de la “memoria” que utilizan tanto el poder actual cómo los aspirantes al poder, instrumentalizando a las víctimas, supervivientes o no, sus relatos y sus traumas para cumplir el objetivo propagandístico de mostrarse como “representantes” dignos del respeto por su conciencia social. Esto no hace más que amplificar esa brecha de revictimización.

Ejercicios de memoria colectiva para la salud mental

Nuestra historia individual y colectiva no es un punto estático en el tiempo y espacio, sino un proceso dinámico que puede ser resignificado e interpretado de otra forma. Recordar para brindarle un reconocimiento social a estos acontecimientos debe ser una práctica que incorporemos a nuestra cotidianeidad para dignificar nuestra identidad que ha sido vulnerada y luchar contra una mentira impuesta. Como ejemplos podemos nombrar al 12 de Octubre «Día de Resistencia Indígena»,  la Red de Sitios de Memoria en Latinoamérica y el Caribe, o ejercicios más recientes, como el que impulsó Asociación Madres de Abril en Nicaragua.

Las sociedades latinoamericanas tenemos un historial de acontecimientos que trajeron pérdidas y lutos — muchos de estos prolongados o crónicos — , y esto se ha gestionado desde el la imposición del silencio. Por lo tanto, no podemos explicar nuestra salud mental sin mencionar nuestra historia individual y esta misma no puede concebirse sino está dentro de la historia colectiva de las sociedades en las que habitamos.

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