Desde que empecé a bloguear sobre el panorama político en Trinidad y Tobago, a menudo me preguntan a quién voy a votar en las elecciones de 2015. El blog comenzó siendo mi forma de enfrentarme a la creciente impotencia y a la desesperación que me producía vivir y trabajar en Trinidad y Tobago en mi vida adulta.
Esa desesperación tocó techo -o fondo, según se mire- durante el ilegal estado de excepción anunciado por la primera ministra Kamla Persad-Bissessar desde su residencia privada a finales de agosto de 2011.
El estado de excepción, al igual que muchas otras acciones del gobierno de Coalición Popular durante su mandato, rompió precedentes. La forma en la que se anunció, las incoherentes justificaciones que se dieron y el hecho de que durara tres meses enteros me hicieron ver con claridad la facilidad con la que un grupo de gente me puede arrebatar mi libertad de circulación, reducir mis derechos como ciudadana y, básicamente, decidir si me ajusto o no al perfil de un delincuente.
Durante aquel periodo de tres meses, me pasé semanas escuchando a amigos míos defender la pérdida de libertad con el argumento de que les «daba seguridad» -todo a pesar de que el estado de excepción hizo muy poco para reducir la delincuencia. Cuando todo acabó oficialmente, en diciembre de 2011, yo ya había decidido que mis días de ciudadana pasiva iban a llegar a su fin.
Ahora, cuando me preguntan a quién voy a votar en las próximas elecciones, respondo que me voy a votar a mí misma. Y no, no me he incorporado a la batalla electoral. He preferido invertir en mi educación cívica, porque ya no creo que el problema de nuestra política resida en los gobiernos que elegimos, sino más bien en el tipo de ciudadanos y votantes que hemos creado.
A pesar de que la región del Caribe se ha desarrollado en un clima turbulento de opresión y violencia, las bondades de su clima y sus playas hacen que sea considerada una región tranquila y relajada. Y, si hay un lugar dominado por este mito, ese es precisamente Trinidad y Tobago.
La nuestra es una cultura propensa a la palabrería. Tendemos a hacer las cosas en el último momento; rechazamos cualquier idea nueva que requiera esfuerzo, y somos reacios a tomar medidas que no se centren en el placer. Nos gusta la bacanal, pero evitamos el conflicto. Somos muy dados a la discusión, pero no nos gusta hacer que la gente se sienta incómoda o mal. Nosotros no creemos en la filosofía de quemar las naves. El amiguismo (tú me rascas la espalda y yo te rasco la tuya) es una forma de vida aquí, hasta el punto de que hemos acuñado una expresión para referirnos a ello: to give a bligh (dar un respiro o descanso).
Una cultura así nos ha llevado a descuidar nuestro papel como ciudadanos. En Trinidad y Tobago la «democracia» ocurre solo una vez cada cinco años, y empieza y acaba en las urnas. El «parlamento» es un edificio para enseñar a los visitantes cuando paseamos por Puerto España, y el papel de los primeros ministros y de los miembros del Parlamento consiste en repartir cestas de comida y besar niños de vez en cuando.
Desconocemos nuestra historia como país; y lo que es peor, desconocemos nuestras leyes. Tampoco nos importa cumplirlas. No entendemos la forma de gobernanza que tenemos. El «sistema de Westminster» no deja de ser un eslogan, y «la separación de poderes» bien podría ser un hechizo de obeah (brujería). Y mejor no hablar de nuestros poderes ejecutivo y judicial: el presidente, el presidente del Tribunal Supremo y los jueces podrían formar perfectamente un consejo de brujos.
Yo tomé la decisión de dejar atrás esta desidia cívica y enseñarme a mí misma. Ejercitar cualquier músculo por primera vez requiere dedicación y coraje, y no tardé mucho en darme cuenta de que este país necesita programas cívicos en las escuelas tanto como mejores periodistas y reporteros. Salvo algunas columnas en uno o dos diarios, el espacio que se le da a la política en los medios es escaso. Y esto es incluso peor en los programas de radio con llamadas del público, ya que dependen en gran medida de la emoción de las opiniones compartidas. No puedo dejar de recalcar el papel tan esencial que desempeñan los medios de comunicación a la hora de cambiar la forma en la que los ciudadanos piensan y debaten.
El camino desde 2011 hasta ahora ha sido un reto emocionante y tedioso. He tenido que leer, que escribir y que hablar mucho sobre cosas no siempre agradables, pero sí útiles para ayudarme a formular, descartar y cambiar mis ideas sobre la política y la gobernanza. Ahora miro a los políticos y a los votantes con otros ojos. Además, he redactado cuidadosamente una lista de criterios que los representantes políticos deben cumplir para conseguir mi apoyo.
Ya no espero que los políticos tengan integridad; no porque crea que todos son corruptos, sino porque nadie es inmune a todo lo que rodea al poder. La falta de control sobre el poder lleva al desequilibrio y al abuso. Si el electorado no despierta y empieza a pedirle cuentas al Gobierno que ha elegido, será víctima de sus abusos. Eso es a lo que nos enfrentamos actualmente.
Pese al creciente descontento ante el despilfarro, la corrupción y el débil liderazgo del gobierno de Coalición Popular, no son suficientes los electores que están dispuestos a dar un paso al frente y pedirles cuentas a sus líderes. Quizás tenemos miedo a las represalias. Quizás estamos buscando un descanso. Quizás desconocemos cuál debería ser nuestro papel como ciudadanos. Quizás necesitamos tomarnos un tiempo para reflexionar sobre lo que necesitamos y lo que esperamos de nuestros líderes; establecer reglas básicas y líneas rojas; ceñirnos a los criterios que definamos para nosotros mismos, y determinar las políticas que queremos. Todo ello, en lugar de aceptar de forma pasiva kilómetros de desagües y cestas de comida.
Por todas estas razones, espero que 2015 sea el año en el que los trinitenses acepten su papel como ciudadanos y empiecen a votarse a sí mismos.