De la muerte en Siria a la cuarentena en Madrid

Madrid durante el confinamiento, abril de 2020. Foto de Mousa Mohamed, usada con autorización.

Un refugiado sirio busca esperanza y libertad después de todas las dificultades que enfrentó en su travesía de Siria a España, solamente para enfrentar lo inesperado: otro confinamiento, pero esta vez debido al brote de COVID-19.

Nos estamos listos. No tenemos mascarillas ni guantes para cubrir esas manitos ni nada para esterilizarlas con más que jabón mezclado con ansiedad.

Estamos un poco preocupados por este diminuto invisible que se llama coronavirus. Creemos que es demasiado pequeño para lastimar esos cuerpos que ya han pasado por tremendos sufrimientos psicológicos y físicos en su país natal, Siria, luego otra vez en las rutas de contrabando a través de Turquía y finalmente en un ambiente de inestabilidad en España, justo en el momento de una cuarentena que nunca estuvo prevista.

«No se preocupen, esta crisis pasará”, les digo a mis hijitas, de cinco y tres años“, esta nube gris desaparecerá, y cada uno podrá regresar a sus propios poemas”.

“Estén tranquilas. El «corona» no es un gobernante que se aferra al poder hasta su último aliento, ni mata a todos los seres vivos indiscriminadamente sin que se les mueve una pestaña. No está obsesionado con quedarse en su trono, así que no hay razón para preocuparse”, les digo.

“Cuando termine la cuarentena, la gente recuperará su libertad y volverá a su vida … Ustedes también, regresarán a la escuela que les encanta y al parque donde jugaron y se divirtieron».

Con estas palabras, no «buenos días», empiezo cada mañana, en respuesta a su aluvión de preguntas.

“¿Cuándo vamos a salir de casa? ¿Cuántas noches debemos dormir y despertar antes de que el corona desaparezca? ¿Qué vamos a hacer hoy? ¿Qué vamos a dibujar? ¿Qué cuento nos vas a leer?», y docenas más de estas oraciones que terminan en signo de interrogación.

Así es como empiezan sus días en el apartamentito en el que estamos atrapados desde el inicio del confinamiento que empezó en marzo.

Al comienzo, era casi normal. Pero luego evolucionó gradualmente hasta que el mundo se volvió pálido y sin color, salvo por las acuarelas que mezclamos para convertir nuestros días en pinturas.

Pronto nos dimos cuenta de que debíamos llenar los días con actividades útiles. Empezamos con ejercicio en casa, luego desayuno seguido de aprendizaje y enseñanza. Todo en esa habitación diminuta en el que apenas cabe una cama, decorada con sábanas llenas de garabatos imprecisos legibles solamente para nosotros.

Sin embargo, la etapa en que ocurren nuestras acciones diarias es un salón pequeño con una mesa, algunas sillas y una planta que se parece a los que teníamos en casa. Les cuento a mis hijas relatos sobre letras y les enseño cómo pronunciarlas mientras mi esposa usa sus pinceles para pintar ilustraciones mágicas antes de entregárselas a las niñas, que las decoran con los colores más hermosos.

Estas acciones repetitivas se ven interrumpidas por momentos de mirar por la ventana para observar a los pocos peatones que se dirigen a las tiendas de comida o disfrutan de una pequeña caminata con un perro, las únicas razones permitidas para salir del confinamiento.

Estos momentos nos permiten recorrer recuerdos. Hemos pasado día difíciles y sobrevivido solamente porque estábamos juntos.

Tenemos duros recuerdos que no les contamos a nuestras hijas. En vez de eso, sonreímos mientras disfrutamos los juegos familiares. Pasamos buenos momentos y esperamos crear nuevos recuerdos. Pero no hay puerta para contener nuestros recuerdos. Hay una brecha en la que las nubes flotan libremente.

Los días de confinamiento pueden ser un recuerdo de tiempos en que nos acurrucábamos en sótanos para protegernos de las implacables bombas y misiles. El miedo entra, pero en Madrid es totalmente diferente al que teníamos en Siria.

Los días pasados en confinamiento le recuerdan a un exprisionero los altos muros de la prisión. Le recuerdan los días en los que soñaba en volar libre de los ojos vigilantes de quienes lo mantenían encadenado a esos muros invencibles. Pero las noches no son parecidas: estar confinado tras barrotes de una prisión es diferente a estar confinado detrás de tu propia ventana.

Pero la comparación es injusta. Aquí en Madrid, la libertad está prohibida por tu protección, y en Siria, la privación de libertad está diseñada para que mueras mil muertes. Entonces el mundo espera que vivas normalmente, como si no ocurriera nada de esto.

El confinamiento acá no conlleva huir del hogar en el que naciste. Acá, debes quedarte, allá debes escapar para sobrevivir. Acá, tu casa es un refugio, tal vez de la muerte; allá, es un blanco. Pero las semejanzas entre ambos en sufrimientos son asombrosas.

Nuestros días en confinamiento son diferentes a los tiempos que pasamos en desplazamiento, rodeando fronteras de varios países en busca de seguridad. Acá te dicen que estás a salvo.

Pero la sensación de inestabilidad es la misma. Cuando vives en un país donde a ti y a tu familia les dan documentos rojos de asilo que les permiten quedarse unos cuantos meses es un recordatorio de que están lejos de casa y de que deben irse pronto. Es un recordatorio de que tus anhelos de un hogar estable para tu familia, un hogar que te tomará meses encontrar.

Cuando eres refugiado, dejas tu hogar con la esperanza de iniciar una nueva página, pero la página se niega a pasar.

Después del confinamiento, viviremos un nuevo comienzo lleno de optimismo. Cumpliremos esos sueños que se postergaron una década. Superaremos estos días mientras superamos otros más difíciles, pero ¿realmente hemos superado esos días? ¿O seguiremos viviéndolos? Superaremos todo algún día.

Resistiré, canción original del Dúo Dinámico.

Video grabado en Puçol, España, por Manuel José Gongora Aguilar, usado con autorización.

Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerse en pie
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Resistiré, erguido frente a todo
Resistiré para seguir viviendo

Con la letra de la canción española «Resistiré», que se convirtió en símbolo de esperanza durante el confinamiento en España mientras aumentaba la cantidad de victimas de COVID-19, cae una cortina para concluir otro día de cuarentena.

Desde las ventanas de nuestro hogar temporal nos unimos a los vecinos y al resto de España en un aplauso comunitario todas las noches para agradecer a quienes trabajan duro para combatir el virus y romper el silencio de nuestros días.

Las pequeñas esperan todas las noches para aplaudir y gritar desde las ventanas, y con sus vítores gritan: ¡Resistiremos!

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