De feticidio femenino a fútbol en Nepal

Srijana Singh Thakuri in 2008 as a student in Surkhet. Photo: Kopila Valley via Nepali Times. Used with permission.

Srijana Singh Thakuri en 2008 cuando estudiaba en Surkhet. Foto de Kopila Valley a través de Nepali Times, usada con autorización.

Este artículo fue escrito por Srijana Singh Thakuri y publicado en Nepali Times. Global Voices reproduce una versión editada como parte de un acuerdo para compartir contenido.

Mi padre quería un hijo.

Yo fui la primera hija y luego llegaron tres hermanas menores. Mi madre se embarazó tres veces más después de eso y todas hubieran sido niñas.

Los tres embarazos fueron interrumpidos en clínicas ilegales en donde los padres pueden identificar el género del bebé y optar por un aborto si es una niña. Ahora sé que esa práctica se llama feticidio femenino y es común sobre todo Asia del Sur.

Mis padres continuaron intentando tener un varón con la esperanza de que finalmente llegaría. Ya tenía la edad suficiente para notar la tristeza y la preocupación en los ojos de mi madre cada vez que descubría que iba a tener una niña.

Culparon a mi madre de estar maldita y ser inservible. ¿Por qué no bastaba yo? ¿Por qué no bastaban sus hijas?

Tiempo después, nuestro padre nos abandonó. Una noche, sin avisar, despareció y nos dejó con un hogar destrozado, corazones rotos y una banda de recaudadores de deudas en la puerta a toda hora del día.

La salud de mi madre se deterioró. Casi nunca la veía sonreír. Comencé a trabajar como cocinera en una estación de autobús para aliviar su dolor. Vendíamos bananas, frutas e hicimos nuestro mejor esfuerzo por intentamos seguir adelante. Le prometí entre sus lágrimas que sería tan buena como el hijo que ella y mi padre querían con tanta desesperación.

No culpo a mi padre. La verdad, siento pena por él. Era una víctima del patriarcado, no conocía otra cosa. La sociedad lo convenció de que las niñas no valen la inversión, que solo se casan y se mudan a la casa de otra persona, que las familias necesitan hijos para cargar con el nombre de la familia y heredar la propiedad ancestral.

La ironía es que no teníamos tierras para heredar. No teníamos nada. Mientras intentaban tener un hijo, nuestra familia cayó más y más en la pobreza, en las deudas y en la depresión.

Founder of Kopila Valley Maggie Doyne with the girls’ football team at the school in Surkhet. This is where Srijana Singh Thakuri got her start. Photo: Kopila Valley via Nepali Times. Used with permission.

Maggie Doyne, fundadora del proyecto Kopila Valley, con las niñas del equipo de fútbol en la Escuela Kopila Valley en Surkhet. Aquí es donde comenzó Srijana Singh Thakuri. Foto de Kopila Valley a través de Nepali Times, usada con autorización.

Con el tiempo las cosas comenzaron a mejorar. Di el examen de ingreso para la Escuela Kopila Valley en Surkhet, conocida por ser la escuela más ecológica en Nepal. Los profesores llegaron a conocer mi historia y, por un golpe de suerte, obtuve una de las pocas vacantes para el grupo de mi edad. En la entrevista les expliqué que con una oportunidad de educación podría ayudar a mi madre a cuidar a mis tres hermanas menores y así educarlas también.

Intenté canalizar mi tristeza y mi ira en determinación. Quería ser la mejor en todo. Sentía que tenía que probar algo a causa de mi padre. Me volví capitana de la clase. Me uní al club de empoderamiento femenino. Tomé clases de baile tradicional.

Escribía poesía y participaba en competencias de debate. Sacaba libros de la biblioteca. Estudiaba hasta entrada la noche y terminaba todas mis tareas para alcanzar a mis compañeros. Tomé toda oportunidad que se me cruzó.

Un día hubo un anuncio de que la Escuela Kopila Valley estaba armando el primer equipo de fútbol femenino. Llegué a la primera práctica en un campo de tierra sin zapatillas, con la frente sudada y lista para intentar algo nuevo. Nunca antes había visto un campo de tierra, visto un partido o usado pantalones cortos.

En mi pueblo, cada centímetro de tierra se usa para cosechar alimentos y los deportes eran para los chicos en patios baldíos entre épocas de cultivo. Nunca imaginé que el fútbol sería para mí.

Fui a practicar todos los días con el entrenador Gopi. Me trataba igual que a los chicos. Me gritaba pero también me incentivaba. Todavía recuerdo mi primer partido y cómo se sintió ponerme un uniforme y perseguir la pelota en el campo.

Con el tiempo comencé mejorar en el fútbol y nuestro equipo comenzó a ganar partidos. Anotaba goles y sobre todo era buena para defender, rebotar la pelota con la cabeza y con los saques de esquina. Pero también mantuve el ritmo con mis estudios y comencé a ser reconocida como buena estudiante y atleta.

Logré unirme a equipos más grandes y me reclutaron para torneos. Los rumores también me siguieron: los vecinos hablaban de mi, decían que llegaba a casa muy tarde o salía muy temprano. Me llamaron egoísta y que tenía la cabeza en las nubes. Empeoró cuando tuve mi período, las personas me decían a dónde podía y no podía ir, lo que podía y no podía hacer.

Srijana SIngh Thakuri with her senior national team members. Photo: via Nepali Times. Used with permission.

Srijana SIngh Thakuri con miembros mayores del equipo nacional. Foto a través de Nepali Times, usada con autorización.

Me estaba oponiendo al comportamiento que se esperaba de las niñas de mi pueblo: mantenerme callada, con la cabeza agachada, intentar no llamar la atención y, cuando llegara el momento, ser apta para el matrimonio.

Me deshice de las críticas y mantuve los ojos en mi sueño. Continué mi educación y me gradué con el primer lugar de mi clase. Me ofrecieron becas y me inscribí en la universidad de Katmandú. Seguí jugando fútbol, participaba en torneos y entrenaba día y noche.

Mi historia no es única. Tan solo es lo que sucede cuando a las niñas y a las mujeres les dan una oportunidad o se invierte en ellas.

Acabé de cumplir 20 años y hacia fines de septiembre llegué a la nómina final del equipo nacional de fútbol femenino de NepalFirmé un contrato y mi nombre se anunció en los periódicos. Ahora soy jugadora de fútbol profesional y represento a mi país.

Nunca me sentí tan orgullosa de ser una hija de Nepal aunque hubiera veces en las que sentí que mi país no se sentía orgulloso de mí.

Me encanta ponerme la camiseta roja nacional y entrar al estadio. Todavía puedo sentir la emoción al patear la pelota y anotar un gol contra la red.

Me encanta el fútbol porque me hace sentir libre, fuerte y poderosa. Mi próximo sueño es que el equipo femenino de Nepal juegue en la Copa Mundial o que clasifique para las Olimpiadas.

Srijana Singh Thakuri on 9 September at her national team debut in a match against Bangladesh in Kathmandu. Nepal won 2-1. Photo: via Nepali Times. Used with permission.

Srijana Singh Thakuri el 9 de septiembre en el debut de su selección en un partido contra Bangladesh en Katmandú. Nepal ganó 2 a 1. Foto a través de Nepali Times, usada con autorización.

Luego de muchos años, mi padre regresó con nosotras. Me gustaría decir que tuvo un gran despertar y se dio cuenta de sus errores, pero no fue el caso. En cambio, intentó tener un hijo otra vez y, al final, nació mi hermanito.

Quiero mucho a mi hermano y espero que pueda crecer viéndome jugar y así tener una visión diferente de lo que las niñas pueden hacer.

Mi padre obtuvo lo que siempre quiso y yo alcancé mis sueños. Lo llamé cuando entré al equipo y sé que estaba orgulloso de mí.

Hace poco también me di cuenta de que ya no tengo nada que probarle. Mis sueños son para otras niñas como yo cuyos padres solo querían varones. Mis sueños son para mis hermanas y mi madre. Pero sobre todo, mis sueños son para mi.

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