Esta historia se publicó originalmente en We Are Not Numbers el 16 de noviembre del 2023. Fue escrita por Nowar Diab, como una narración personal sobre los implacables bombardeos israelíes en Gaza. La historia está sin editar, se presenta como un testimonio sin filtros de un testigo de la guerra. Se publica en virtud de un acuerdo para compartir contenido.
Las ventanas están siempre abiertas para evitar el peligro del vidrio roto. Cada mañana me despierta el desagradable zumbido de una mosca alrededor del cuarto. Se vuelve mas fuerte mientras se acerca a mi oído. Para mi dormir es sagrado porque duermo poco. Por lo tanto, es un fastidio que me despierte un insecto.
Me levanto y siento irritación. Me pregunto cómo puedo lograr dormir con la molesta radio de mi abuelo encendida. Cada familia de Gaza tiene la misma radio a baterías. Es nuestra fuente de información cuando no hay internet ni electricidad. De verdad, odio esa radio, por lo que representa. Me hace sentir mucha tensión, ya que solo se utiliza en tiempos como este: cuando estamos bajo ataque y cuando la gente que amamos esta muriendo.
Me levanto. Me lavo la cara con una botella de Coca-Cola que llené con agua. Luego voy a la cocina a preparar café con el poco de agua que quedo en la botella. Me siento en la cocina, sola y bebo mi café con una sensación de culpa, porque el agua es sagrada y algunas personas han estado días sin beber nada.
Luego viene la parte más difícil de mi rutina diaria. Contacto a mis amigos uno por uno para saber si un siguen con vida. Tengo que prepararme mentalmente antes de empezar a enviarles mensajes. Hacer esto ya es un hábito, aunque sé que es en vano. Me siento muy ansiosa, me pregunto si recibiré respuesta.
Sigo llamando a mi mejor amiga Maimana, ya que escuché que hubo un bombardeo en donde está. Trato de nuevo, ya son trece veces, pero su teléfono sigue sin funcionar. No tiene señal. Temo por su seguridad y mi corazón se empieza a acelerar. Me digo repetidamente que todo estará bien y que me llamará cuando tenga señal.
Al final, el resto de mi familia despierta. Ya no estoy sola. Nos sentamos juntos y tenemos nuestra conversación diaria acerca de qué vecindarios bombardeó Israel anoche. Es nuestro ritual matutino, ponernos al día sobre lo que ha pasado durante esas preciosas tres horas de sueño.
Somos 14 en la casa de un familiar. Cada uno tiene una tarea para la mañana. Los hombres van a la panadería a tratar de encontrar algo de pan. Luego llevan las botellas y bidones vacíos al pozo para llenarlos de agua. Mientras tanto, las mujeres comienzan a lavar los platos, limpiar el piso y preparar el almuerzo.
La comida depende de si hay pan o no. La mayoría de las veces no hay. Nuestras opciones son limitadas, pero al menos tenemos opciones. Algunos no tienen tanta suerte y nosotros escuchamos acerca de personas que sufren por malnutrición.
Mi mamá me llama por teléfono, suena a que estuvo llorando. Le pregunto si está bien y me dice que sí. Sé que me está mintiendo. Mi tío toma el teléfono y se va a otra habitación. Inmediatamente sé que algo no está bien. Mi corazón se siente pesado todo el día. Tengo el presentimiento de que mi familia está actuando raro y hay algo que no quieren decirme.
Recibimos conexión a internet solo por periodos limitados durante el día. Cada vez que tenemos conexión me apresuro a enviarles mensajes a mis amigos, revisar noticias en línea y publico en redes sociales lo que nos está pasando. Nos bombardean con las mismas preguntas sobre Hamás y el 7 de octubre. Esto muestra una total falta de entendimiento de los medios occidentales sobre lo que nos está pasando.
El internet se desconecta otra vez. Algo que toda familia de Palestina debe vivir, jugamos cartas mientras la estúpida radio nos dice qué está pasando.
Tengo la urgencia de preguntarle a mi familia si saben algo que yo deba saber, pero no pregunto ya que me asusta que lo que me digan me rompa el corazón. En vez de eso, voy al balcón, y así puedo escuchar mi canción favorita, Hymn to Gentrification de Faraj Suleiman. Esta canción es como hablar con alguien que entiende mi agonía.
Mi soledad se ve interrumpida por la llamada de un amigo. Respondo, pero como no conecta cuelgo. Sigo escuchando la canción y me digo que todo está bien. Sé que es una mentira. Tengo un mal presentimiento en mi estómago.
Mi teléfono vuelve a sonar. Es el mismo amigo. Contesto y esta vez sí conecta la llamada. “¿Es cierto que mataron a Maimana y su familia?”. El corazón se me parte en miles de pedazos. “No, no. ¿Quién dijo eso? Respondo, mientras los ojos se me llenan de lágrimas. “Todo el mundo”, responde mi amigo. Grito y las lágrimas caen de mis ojos.
Era mi mejor amiga. La quería como a nadie. En ese momento, me sentí como si lo hubiera perdido todo. Duele saber que estuviste hablando con una persona un día y al otro la han matado. Las memorias que compartimos comienzan a aparecer en mi cabeza. Puedo escuchar su risa. Recuerdo cuando cantábamos en el auto con su madre. Es demasiado, me quiebro.
Esta es la segunda vez en muchas semanas que me dan la noticia de la muerte de un ser querido. La primera vez fue mi querido amigo Abraham. Era único: divertido, inteligente y tenía un gran corazón. No puedo describir el sentimiento cuando recibes una noticia así. Es desgarrador, como cuando se te cae un plato y se rompe en mil pedazos.
Siempre empeora cuando llega la noche. Ahí es cuando comienza el horror. Dormimos todos juntos en el mismo cuarto ya que se siente más seguro. Trato de dormir a pesar de los sonidos de bombas y de los informes en la radio. Mis ojos se vuelven pesados y luego mi mente termina por darse por vencida y me duermo.
A la mañana siguiente me despierto, pero esta vez no hay ningún molesto zumbido en la habitación. La mosca debe haberse asustado con el ruido de los bombardeos de anoche. Al final me levanto para enfrentar otro día con dolor en el corazón y escuchar la radio de mi abuelo.