Este artículo e informe radial de Laura Spero para The World se publicaron originalmente en PRI.org el 29 de agosto de 2015, y son republicados aquí como parte de un acuerdo de intercambio de contenidos
Cuando un búfalo nace en el pueblo nepalí de Kaskikot, el acontecimiento se trata prácticamente como si fuera el nacimiento de un bebé humano. Hoy, Aamaa (con quien vivo) y yo estamos cocinando algo especial en honor al bebé O´Neil, un búfalo que nació la semana pasada. Estamos haciendo pudding de arroz.
En Nepal se cultivan relaciones muy estrechas entre humanos y animales. Se estima que el terremoto que se cobró 9,000 vidas humanas este año, también se llevó unos 55,000 animales de granja y medio millón de aves. Tanto las personas como los animales han sufrido las consecuencias de estas pérdidas. Especialmente en poblaciones como Tripureswor, a 100 millas al este de la casa de Aamaa, donde fueron destruidas prácticamente todas y cada una de sus 947 casas.
Binda Thapa, residente de Tripureswor, tiene una foto de su casa después del terremoto -una montaña de piedras con un par de piezas del tejado de hojalata desmoronado sobre ellas. Cuenta que su búfala quedó atrapada durante horas bajo el establo derruido, y estuvo nerviosa durante semanas. Durante un tiempo, ni siquiera producía leche de forma regular. Quizás por causa del miedo o el shock, piensa.
Los animales de granja juegan un papel fundamental en la vida del Nepal rural. Las búfalas se crían por su leche, y sus desechos se utilizan para fertilizar y mezclados con el barro en las casas de piedra tradicionales. Las cabras se venden por su carne, los bueyes aran y las gallinas producen huevos. Personas como Aamaa y Binda pasan la mayor parte de sus días cuidando del ganado, comienzan ordeñando por las mañanas, y después cortando pasto para alimentarlos y llevándolo a casa cada tarde en pesadas cargas.
Desde un punto de vista externo, es fácil reducir el ganado a una cuestión económica, lo cual no deja de ser un aspecto de su existencia. Pero también forman parte de las familias.
Uno tiene que amar a los animales que cría más que a sus hijos o sus padres, me cuenta Aamaa. Es mucho trabajo —cortar la hierba para ellos, cocinar para ellos, limpiar los excrementos de los establos varias veces al día. La recompensa a ese amor es que los humanos podamos comer.
No sólo los humanos sufren cuando sufren sus animales.También ocurre al contrario. El ganado normalmente tiene un cuidador principal, como Binda, que me recreó las cariñosas conversaciones que tiene con sus animales cada día cuando vuelve de los campos.
Nos cuenta que ellos la oyen y contestan, «¡¡Mi humana está llegando!!» Tal vez dicen «¡¡Mi madre está llegando!! ¡¡Dame algo de comer!!» dice Binda. Entonces ella los arrulla, les lanza algo de pasto y les dice: «Hola chicos, ¿cómo están mis pequeños?» y ellos dicen «baaaa»,»meh, meh» «muuuuuu»…
Lo que esto nos cuenta es que, para los animales que perdieron a sus cuidadores durante el terremoto, es como perder a un padre. Y el sentimiento es mutuo.
De alguna manera, fíjate, dice Nabin Thapa, que perdió tres cabras y un bebé búfalo en Tripureswor, estos animales son como nuestras madres. «Bebemos su leche y nos hacemos fuertes», dice. «Hasta las personas mayores que hay entre nosotros son como bebés para ellos».
Se encoje de hombros y añade, «Nadie hasta ahora se había molestado en preguntar cuántos animales hemos perdido, me alegra que nos lo preguntes».
Conforme se reconstruyen las poblaciones como Tripureswor, tanto las personas como los animales tienen que lidiar con las pérdidas mutuas. Mientras, de vuelta en Kaskikot, Aamaa y yo preparamos un ritual importante: la celebración de una nueva vida.
Desde que nació el bebé O´Neil, hace 11 días, no hemos mezclado la leche de su madre con el resto de nuestra comida. En el undécimo día celebramos una ceremonia para darle nombre al bebé, igual que haríamos con un humano. Hoy podemos inaugurar su leche añadiéndola a nuestra comida diaria. Y al pudding de arroz va.
Aamaa se apoya en el muro de arcilla de la cocina: «Estas almas que criamos», dice, «son almas como las nuestras».