En 1979, el escritor cubano Alejo Carpentier utilizó la expresión islas sonantes del francés François Rabelais para referirse a las islas del Caribe. Para Carpentier:
Todo suena en las Antillas, todo es sonido.
De esta declaración, llevada al extremo, se podría concluir que si todo suena en las Antillas, las fricciones entre las palabras que suceden dentro de esos silentes objetos llamados libros, producen también sus propias sonoridades. Visto de esta manera, pareciera que algunas literaturas del Caribe han transgredido la escritura para convertirse en una forma particular de construir ficciones a través de la música. Autores como el puertorriqueño Luís Rafael Sánchez, los cubanos Guillermo Cabrera Infante y el mismo Alejo Carpentier, y los dominicanos Marcio Veloz Maggiolo, Pedro Antonio Valdéz o Pedro Vergés, o géneros como la poesía dub en Jamaica y la novela-bolero, tan difundida en América Latina y España, dan cuenta de este hecho.
Sin embargo, en los últimos años en la República Dominicana, hemos observado cómo la idea de una literatura musical ha dado un paso adelante y sin disimulos hacia una música sonante. En el 2014, el escritor Frank Báez publicó su libro Anoche soñé que era un DJ / Last night I dreamt I was a DJ (Miami, Estados Unidos: Libros Jai-Alai. Edición bilingüe). Se trata de una serie de poemas donde nos encontramos con que el mismo escritor ha hecho de sí un personaje, el poeta, que se busca por todas partes, mientras acompañamos, en otro poema, a una Marilyn Monroe de Santo Domingo, cuyo drama transcurre entre Quisqueya y Nueva York. Las columnas que levantan los textos de Báez reposan sobre la sutil tensión que une, al mismo tiempo que separa, lo popular dominicano con la cultura pop global, la posibilidad o imposibilidad de ser un escritor, o la constante problemática entre Caribe y los Estados Unidos.
Llamo por teléfono a Miguel y le pregunto
si piensa que me iría mejor de DJ o como poeta
Y Miguel responde que siga como poeta.
Mi novia también dice que como poeta.
El hermano de mi novia dice que como poeta
y una jevita que hacía una fila en el cine
y que recién conocí dice que como DJ.Frank Báez.
Anoche soñé que era un DJ.
Mi primera publicación fue a los dieciocho años
en un suplemento cultural.
Ya no recuerdo de qué iba el poema.
Lo que sí recuerdo es que la publicación fue un fracaso.
Sin leer el poema un puñado de poetas me acusaron de plagio.
Manuel Rueda comentó que debía leer a los clásicos.
Un librero me sugirió los poetas posmodernos.
La que sacaba fotocopias en la facultad
decía que me faltaba sentimiento.
Me prohibieron la entrada en todos los talleres literarios.
Los del suplemento aseguraron que desde que publicaron
mi poema las ventas del periódico bajaron.Frank Báez.
Suplemento cultural.
Varios de los textos contenidos en este libro son interpretados por El Hombrecito, un colectivo conformado por Frank Báez, Homero Pumarol, Ángel Rosario, Fernando J. Soriano, Wilson López, Vadir González y Jaime Guerra, y que mezcla música, poesía y artes visuales. Las razones que animaron la creación de El Hombrecito tienen que ver con la necesidad de ofrecer una experiencia masiva que se alimentara de la producción literaria que emana de los miembros del colectivo. De esta manera, El Hombrecito se hace eco de los sonidos de esas islas sonantes de las que hablaba Alejo Carpentier. Frank Báez dijo lo siguiente en una entrevista:
En los encuentros de poetas uno encontraba siempre a los mismos poetas. Nadie se muere por asistir a un recital a poesía pero sí por ir a un concierto. Ese es El Hombrecito, un concierto, poesía, otra experiencia.
Los poemas interpretados por El Hombrecito, a veces como una bachata, una balada rock o sonidos experimentales, le devuelven a la palabra su condición performativa y la posibilidad de realizarse de la mano de la música y de las artes visuales.
El performer caribeño, la sociedad del espectáculo y la democratización de la literatura
Si tratamos de señalar algunas de las características en la literatura latinoamericana y caribeña en cuanto al uso de la música veremos que, por una parte, los escritores toman géneros y estilos musicales de la tradición europea o de la llamada música de arte, y por otra la utilización de las músicas y géneros populares. Sobre esto, la escritora Frances Aparicio hace una comparación entre la literatura del boom cuyos “… intertextos proponen un lector ideal burgués e intelectual familiarizado con el canon de las literaturas europea, norteamericana y latinoamericana” y la narrativa caribeña del post boom, donde “la selección de textos musicales por los narradores puertorriqueños sugiere todo lo contrario. Representa, más bien, una apertura o democratización del lector ideal puertorriqueño o caribeño (…), quien reconocería los textos de la música popular sin necesidad de ser un erudito de la llamada cultura universal u occidental”. Este cambio de paradigma apunta a una búsqueda cada vez mayor por interactuar con la música popular y con una población de lectores mucho más amplia.
Es así como el proyecto artístico de El Hombrecito toma otros riesgos y ofrece un producto cultural compuesto por la unión de las artes en una puesta en escena dirigida a un público masivo. Aquí, el escritor se convierte en un performer y su poesía puede prescindir del soporte material del libro: ahora los poemas se viven en comunidad y en un espectáculo donde la literatura se vuelve una experiencia exhibicionista, como diría el escritor cubano Antonio Benítez Rojo. Esta manera de mostrar la poesía hace que esa inquietud por democratizar la literatura haciendo referencias en los textos a géneros musicales como el bolero, la bachata o la guaracha, encuentre una nueva manifestación en la sociedad del espectáculo y los medios de comunicación masivos a través de las presentaciones y las incontables réplicas que tienen en YouTube. La propuesta artística del colectivo dominicano El Hombrecito le da otra dimensión a la frase «Todo suena en las Antillas. Todo es sonido» y nos permite afirmar que en el Caribe, los libros son también música.