«Me sentí violada»: Una mujer se decide a romper el círculo de mutilación genital femenina en Uganda

Mujeres de la comunidad Benet Masopo en su reunión de los viernes sobre mutilación genital femenina. Foto de Peter Wasswa Buyungo, utilizada con su autorización.

Esta historia se publicó originalmente en Minority Africa. Global Voices reproduce una versión resumida como parte de un acuerdo para compartir contenido.

En el remoto distrito de Kween, al este de Uganda, un poderoso movimiento está creciendo. Mujeres de diferentes aldeas se reúnen cada viernes por la tarde —una tradición que mantienen desde hace dos años— para abordar un tema apremiante en sus comunidades: la mutilación genital femenina (MGF). En esos encuentros, el ambiente es intenso, pero esperanzador.

Annet Chelengat, de 38 años y madre de seis hijos, es una de las fundadoras del grupo comunitario de Benet Masopo y es también la anfitriona de las reuniones, que empezaron en 2020. Las mujeres reunidas, que han sido víctimas de mutilación genital, debaten maneras de combatir esta práctica en las subregiones de Sebei.

“Luchar contra la mutilación genital femenina con estas mujeres ha sido curativo y fortalecedor a la vez. Juntas rompemos el silencio y cambiamos la historia de nuestra comunidad”, explica Chelengat.

La mutilación genital femenina, también conocida como «circuncisión femenina», es un ritual de corte profundamente arraigado en la cultura de Kween y muchas partes del mindo, como Indonesia, Iraq, Yemen y otros 27 países africanos, que marca la transición entre la niñez y la edad adulta en las mujeres. En Uganda quedó prohibida por ley en 2010, por medio de la ley de prohibición de la mutilación genital femenina. Quienes realizan ese ritual reciben castigos y prisión por hasta 10 años. A nivel internacional, se reconoce como una violación a los derechos humanos que afecta de forma global a aproximadamente 200 millones de mujeres, según un informe de según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Algunas zonas de Uganda en donde se practica este ritual como Kween, Kapchorwa y Bukwo limitan con Kenia.

En algunas comunidades, la mutilación genital femenina es considerada un requisito para contraer matrimonio, aunque se ignoran el dolor y los problemas de salud de por vida que sufren las mujeres que sometidas a esta práctica, dice Chelangat.

Durante una reunión de grupo de la comunidad de Benet Masopo, Chelengat recuerda su horrible experiencia y dice: «Yo era una niña inocente y llena de esperanzas, cuando escuché por primera vez rumores sobre el ritual que me esperaba».

Así describe su experiencia:

On the day of the ceremony, I was led to a secluded hut, my heart pounding loudly in my ears. The elders performed ancient rituals, and I could hear the distant beat of drums. As the moment approached, fear gripped me like a vice. I wanted to run away, to escape this fate, but tradition held me firmly in its grasp. The women surrounding me seemed solemn as if they bore the burden of this ritual, too. They held my hands, and as I lay down, the pain began.

El día de la ceremonia, me llevaron a una cabaña aislada; el corazón me latía fuerte en el pecho. Los ancianos eran los encargados de realizar los antiguos rituales. Podía oír el ritmo de los tambores lejanos. Cuando llegó el momento, un miedo paralizante se apoderó de mí. Quería escapar, huir de este destino, pero la tradición me mantenía atrapada con firmeza. Las mujeres a mi alrededor se veían solemnes, como si también llevaran la carga del ritual. Yo estaba acostada mientras ellas me sostenían las manos, y así comenzó el dolor.

Chelengat dice que nunca sufrió un dolor similar, que le cortaba todo el cuerpo, su ser, su humanidad.

I felt violated, stripped of something sacred, and the tears flowed freely. I wanted to scream, to let the world know of the injustice I was enduring, but I remained silent, as the women who went before me had done.

Me sentí violada, despojada de algo sagrado. Mis lágrimas caían libremente. Quería gritar, dar a conocer al mundo la injusticia a la que me sometían, pero permanecí en silencio, como lo hicieron las mujeres que me precedieron.

Todas las mujeres presentes experimentaron en persona el dolor, el trauma y los persistentes problemas de salud consecuencia de esta práctica nociva, y su misión es dar a conocer, desafiar las arraigadas normas culturales y trabajar para que se termine la tradición de la mutilación genital femenina. Están decididas en su determinación de crear un futuro más seguro, sano y fortalecedor para las futuras generaciones de niñas.

Judith Amonsho, fundadora del grupo Jericho Women, que lucha contra la mutilación genital femenina, en Kapchorwa, fue circuncidada a los 18 años, en 1976. Dice que antes, no estar circuncidada estaba asociado a tener alguna falencia: «Creíamos que, si no lo estabas, pesaba una maldición sobre ti, como por ejemplo que, si cocinabas, tu comida nunca terminaba de prepararse».

En el grupo, Amonsho participa en iniciativas que generen ingresos económicos. Dice que la pobreza, además de las costumbres, es lo que promueve la mutilación genital femenina, ya que muchos padres someten a la circuncisión a sus hijas a cambio de regalos o dinero.

“Hacemos artesanías para vender. Además, en lo personal, la actividad es como un mecanismo de sobrevivencia.  Sentada en mi silla de ruedas confecciono tapetes o tejo canastas», dice Amonsho.

En la actualidad, junto a otras mujeres del grupo, motiva a las jóvenes de la comunidad a priorizar la educación y a que, cuando salen de la escuela y van camino a sus hogares, busquen materiales para crear artesanías. Esas actividades las mantienen ocupadas.

Desde la creación de su grupo de apoyo, Chalenagti ha visto mejoras significativas en su comunidad y en las aldeas vecinas. El trabajo se concentra, primero, en dar información, educar a las jóvenes sobre los peligros de la mutilación genital femenina, y en dar a conocer el tema, a través de manualidades y de artes plásticas.

“Ahora, muchas de nuestras jóvenes buscan educarse, mientras que otras están comprometidas en actividades de la Iglesia. A algunas, incluso, les interesa el tejido, eso no pasaba antes», menciona.

“Antes, cuando la mutilación genital femenina se practicaba con asiduidad, los padres entregaban a sus hijas para la circuncisión a cambio de regalos», dice Kokopu Sarah, otra integrante de la comunidad. «Pero a través del activismo, las jóvenes ahora hacen manualidades como el tejido, o venden canastos para ganar dinero».

El grupo ha llevado su iniciativa a tres distritos, Kween, Bukwo y Kapchorwa, aunque su tarea no ha sido fácil. Chalenagti menciona que en su comunidad la lucha contra la práctica de la mutilación genital femenina ha sido difícil, en especial en sus inicios, por poco apoyo que recibía de algunos miembros de la comunidad, en especial de las mujeres líderes.

“Queremos que esta práctica desaparezca, en especial en las zonas en donde está más arraigada, pero no podemos hacer demasiado si el Gobierno no nos da una plataforma», enfatiza.

Pero el limitado apoyo recibido no ha detenido a las mujeres en su lucha contra la «práctica diabólica» que ha tenido profundo impacto en muchas jóvenes de la región.

I remember we started with five women, but now we are more than 100 women in this village. We have many women's groups in the other surrounding districts who have joined the cause, and we are progressing well so far.

Recuerdo que cuando comenzamos éramos cinco, peo ahora somos más de cien mujeres en esta aldea, y hay muchos más grupos en los distritos vecinos que se han unido a esta causa. Y por el momento, estamos progresando.

A la fecha, el grupo de la comunidad Benet tiene más de cien integrantes. Si bien al principio era solo para mujeres, ahora los hombres son bienvenidos y algunos ya se han incorporado.

“Hoy estoy aquí como una sobreviviente, soy una voz a favor del cambio, un símbolo de resiliencia», dice Chelengat. “Tenemos un largo camino por delante, pero con coraje y unión podemos crear un futuro donde no seamos rehenes de tradiciones nocivas».

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