El siguiente artículo fue elaborado por Global Voices usando material facilitado por Médecins Sans Frontières (MSF). MSF es una organización humanitaria internacional e independiente que otorga ayuda a personas afectadas por conflicto armado, epidemia, desastres naturales y exclusión del servicio sanitario. Ellos trabajan activamente en alrededor de 70 países en el mundo.
Todo el texto que aparece en cursiva es el recuento de la Dra Evangeline Cua, una cirujana de Filipinas del Centro de Traumatismo de Médecins Sans Frontières en Kunduz, Afganistán, quien se encontraba de turno en las semanas previas y el mismo día cuando los ataques aéreos de los Estados Unidos destruyeron el centro el 3 octubre. Este artículo marca el sexto mes de aniversario del suceso.
Estábamos corriendo como dos pollos sin cabeza en la oscuridad – junto con el cirujano que me asistía en la operación. Las enfermeras que estaban con nosotros momentos antes habían corrido fuera del edificio, desafiando la descarga de disparos viniendo de arriba. Estaba tosiendo, medio asfixiada por el polvo arremolinado del área. Detrás de mi mascara quirúrgica, mi boca estaba arenosa como si alguien me hubiese forzado a comer arena. Podía oír como inhalaba y exhalaba. Capas de humo viniendo del cuarto continuo hizo que no pudiésemos ver donde estábamos.
El fuego lamió uno de los extremos del techo, bailando y brillando en la oscuridad, llegando hasta las ramas de los arboles cercanos. La ICU se estaba quemando. Afuera, solo el zumbido constante desde los aires apuntó hacia la presencia de alguien. ¿Un avión? ¿un bombardeo? ¿por qué el hospital? ¿Por qué nosotros? Luego, sin aviso, otra tremenda y ensordecedora explosión sacudió el edificio, el techo se nos vino encima y las ultimas luces que quedaban se apagaron, dejándonos en completa oscuridad. Yo grité de terror cuando los cables me arrojaron al piso. Eso fue lo ultimo que pude recordar.
Me desperté sollozando y desorientada. Habían pasado meses desde que regrese a casa de Afganistán y, a excepción del desvanecimiento de una cicatriz en mi rodilla derecha, aquel incidente en el Centro de Trauma en Kunduz fue casi olvidado y suprimido de mi memoria. Reuniones, consultas con siquiatras, técnicas de meditación, paginas tras paginas de notas de diarios para recargarme de horror por aquella noche……… todo esto fue echado a un lado hasta que los recuerdos vienen de pronto en una pesadilla desencadenada por el fuego.
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La misión de la Dra. Cua en Kunduz no había tenido mayores incidentes hasta antes de la intensificación de los ataques entre las tropas gubernamentales y los talibanes que permitieron a estos últimos la breve captura de la ciudad norteña en setiembre del año pasado.
Esto incentivó la violencia y condujo a que aviones de guerra estadounidenses lancen una bomba a la instalación donde ella trabajaba en uno de los peores incidentes en cuanto a bajas de civiles en los 14 años de historia de la guerra liderada por Washington en el país.
Un total de 42 personas murieron en el ataque, la cual Estados Unidos lo llamo como un «error evitable». El hospital jugaba un rol importante en la ciudad, brindando cuidado mádico para cualquiera que lo necesitara.
A continuación, la Dra. Cua recuerda cómo en el día del ataque el hospital desbordaba de gente, trabajando día y noche para salvar a los habitantes de la región atrapada en el fuego cruzado del conflicto entre talibanes y el gobierno.
Al menos 24 de esos pacientes serían asesinados por los «precisos y repetitivos ataques aéreos», según los términos que usó la MSF, ese día junto con 14 miembros del personal de la MSF y 4 cuidadores.
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Había al menos una docena de personas en el piso. Y muchas yacían en las camillas aparcadas a ambos lados del vestíbulo de ER. Había mujeres con shalwar kameez (vestimentas típicas del lugar) salpicados de sangre, una de ellas embarazada, otra con la mirada perdida hacia el techo; hombres con la ropa hecha jirones, con sangre y un pequeño niño quejándose por el dolor, tal vez por la acumulación de sangre en las piernas.
Me sobresalté cuando un anciano con barba y ojos amables me detuvo y, algo no característico de un hombre afgano, trató de tocar mi brazo. Con una voz suplicante, me preguntó en un vacilante inglés: «Doctora, por favor. Mi hijo está ahí fuera. ¿Podría echarle un vistazo, por favor? Es un hombre agradable, doctora. Es el más joven de mis hijos». Él me decía esas palabras con orgullo, con una leve sonrisa en su rostro. Me sorprendió cuando lo vi – el hombre de la camilla cerca de la pared. En su pecho, una gran herida abierta me dio la visión del pulmón parcialmente expuesto. Él ya tenía una mirada perdida y casi no tenia pulso. Tratando de hacer algo, cualquier cosa, ajusté su línea intravenosa. Cubrí suavemente el pecho con la ropa de hospital y, con una voz temblorosa, le dije al anciano que iría a pedir ayuda a una de las enfermeras para atender a su hijo.
La mirada de agradecimiento, como si le hubiera dado una segunda vida, me perseguiría por siempre.
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La MSF considera lo sucedido después como un crimen de guerra, pues el hospital en pleno funcionamiento estaba protegido por la Ley internacional Humanitaria.
Poco después del erróneo bombardeo al hospital, la MSF envía una señal al gobierno de los Estados Unidos informando que su instalación fue objeto de ataques aéreos.
En el informe del gobierno publicado en noviembre, el comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, el general John Campbell, se refirió al fracaso del ejército para responder inmediatamente a la señal como «error de proceso humano».
El hecho de que el avión AC-130 cometiera el ataque al hospital confundiéndolo con un edificio donde se creía que las fuerzas del Talibán acampaban, no es consuelo para las familias de las víctimas y los sobrevivientes de la tragedia.
El padre de Shaista, una niña de 3 años que perdió una pierna luego de la explosión y fue la única paciente viva en escapar de la unidad de cuidados intensivos, califica al ataque como «imperdonable» y compara la disculpa de Washington como «un puñetazo en la cara, y luego decir lo siento».
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Las cosas que eran constantes en mis pesadillas fueron el sonido rugiente y los paneles de madera estrellándose debajo de nosotros.Y los gritos. Los míos. Entonces tropiezo y aterrizó en el suelo.
«¡Levántate! Vamos».
Lentamente me paraba con el dolor, tratando de verlo en la oscuridad. Entonces vi el inconfundible techo inclinado. ¡El sótano! Gracias a Dios.
Corrimos y nos metimos en un hueco. Para nuestro horror, y gran decepción, nos encontramos en el interior del escape de la ventana del sótano. Rodeados con paredes de espeso cemento, casi 7 pies por debajo del suelo, que estaba cubierto solamente por una delgada lámina de techo encima. Un abismo. Un callejón sin salida. ¡El sótano ideal está al otro lado de la pared!
Nos dimos cuenta del fuego entrando y saliendo por las ventanas justo encima de donde nos escondíamos. Sin vacilar, él brincó la pared con éxito y salió de ese pozo para correr a la entrada. Me quede en la oscuridad. . . sola.
Yo ya estaba en pánico. Estaba enojada. Quería atacar a alguien, a cualquiera. Quería golpear a alguien en la cara. Odiaba las dos partes implicadas en esta guerra estúpida. Quería que ellos vieran todo el daño que han causado a los civiles y dejar que ellos se imaginen que esos eran sus familiares. Así veríamos, entonces, si aún continuarían con esta guerra sin sentido.
También tenía miedo. Yo no quiero ser quemada viva. Las lágrimas brotaron en un torrente, llevando todas mis frustraciones a la superficie.
Entonces, inesperadamente, había calma y claridad. Volví a ser una cirujana de nuevo. Vi una pequeña pieza de acero que sobresale de la esquina derecha. Hacía calor pero no lo solté y en pocos minutos estaba fuera del hueco. Con un suspiro de alivio, vi a mi compañero tendido en el suelo cerca del jardín de rosas; una gran sonrisa en su rostro cuando me vio. Cuando la ráfaga de disparos en los alrededores se detuvo, empezamos a arrastrarnos hacia un edificio, varios metros de donde estábamos. Estábamos a mitad de camino cuando una figura salió de la oscuridad. El miedo se apoderó de mí. ¡No sobreviví al fuego para simplemente ser secuestrada! No por favor.
Entonces, el hombre que llevaba el traje tradicional afgano pronunció las palabras que siempre recordaría, «Sígueme, hay un lugar seguro aquí».
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Seis meses luego del ataque aún no hay un hospital funcionando en reemplazo del anterior que ya tenía cinco años, en Kunduz que era el único de su clase en todo el noreste de Afganistán.
La MSF aún no ha tomado una decisión sobre la reapertura del hospital de trauma en la ciudad. Primero tenemos que obtener garantías claras de todas las partes en el conflicto para que nuestros pacientes, el personal y las instalaciones médicas estén a salvo de ataques.
Tenemos que saber que el trabajo de nuestros médicos, enfermeras y el resto del personal será plenamente respetado en Kunduz y en todos los lugares donde trabajemos en Afganistán.
Exigimos garantías para que podamos trabajar de acuerdo a nuestros principios fundamentales y al derecho internacional humanitario: a saber, que podemos tratar con seguridad a todas las personas que lo necesitan, sin importar quiénes son o de qué lado combaten.
Nuestra capacidad para operar hospitales en la primera línea en Afganistán y en zonas de conflicto depende de la reafirmación de estos principios fundamentales.
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