Una madre en campos minados: Las mujeres trabajan para hacer del disputado Nagorno Karabakh un lugar más seguro

Esta es una versión de una publicación del sitio web Chai-Khana.org, asociado de Global Voices. Texto y fotos de Knar Babayan.

Desde la distancia, los tres zapadores parecen iguales: botas altas, pantalones con bolsillos hondos, casco especial, visera y guantes. Muchos habitantes de Nagorno Karabakh, sociedad relativamente tradicional, asumen que son hombres. Pero son mujeres y, como los hombres, cuando se adentran en posibles campos minados,  lo hacen para ayudar a sus familias a sobrevivir.

«Lo hago por mi familia, para ofrecerles a mis hijos un futuro mejor y más seguro», explica la zapadora Kristine Khachatryan, de 38 años y madre casada de tres hijos de entre seis y dieciocho años.

Cuando Khachatryan llega a casa los fines de semana, su hijo Nairi de seis años la sigue en todo momento.

Durante años después del conflicto con las fuerzas azerís a principios de la década de 1990, Nagorno Karabakh sumaba habitualmente 20 o más muertes de civiles al año por culpa de minas y munición sin estallar.

Halo Trust, organización británica de destrucción de minas que ha operado en el país durante los últimos 18 años, declara hoy en día que el 90 % de Karabakh se halla libre de minas, pero la amenaza potencial persiste. Justo el pasado marzo, una mina se llevó la vida de tres zapadores e hirió a dos lugareños en la región de Martakert.

Dedicarse a eliminar minas no es una decisión fácil. Sin embargo, hace tres años, cuando Halo Trust empezó a contratar a sus primeras zapadoras, Khachatryan, contadora de un ayuntamiento de Artashavi, a 80 kilómetros al suroeste de Stepanakert, la principal localidad de Karabakh, decidió inscribirse.

Tras examinar y no hallar minas en un punto de una zona cerca de Karegah, Khachatryan marca una nueva área a desminar.

Lo hizo «por curiosidad» –en 2013, dos minas cerca de Artashavi hirieron a varios habitantes de la zona– pero también por cuestiones económicas.

El marido de Khachatryan, Garik Ohanjanyan, exprofesor de escuela, estaba desempleado.

Trabajar como zapadora, con 225.000 drams (unos 464 de dólares) al mes que incluyen un seguro, cuadruplicaba con creces sus ingresos.

«Por supuesto, no es fácil ser zapadora. Evidentemente, mi familia se preocupa por mí», dice Khachatryan. «También me preocupo yo e intento seguir todas las reglas de seguridad. Si las cumples, puedes estar a salvo. La regla dorada de un trabajo peligroso es estar a salvo».

Una vez certificada, no esperaba tener este trabajo durante mucho tiempo. Aceptó el puesto ya que el primer campo estaba cerca de Artashavi, cerca de su familia.

«Por supuesto que estaba preocupada al principio», recuerda, «pero después entendí que no hay trabajos malos. Simplemente hay gente mala. Y ahora me enorgullezco de hacer un trabajo humanitario grande e importante».

Incluso en el campo, Khachatryan se preocupa por llevar las uñas pintadas, maquillaje y el pelo recogido. Las mujeres deberían parecer siempre femeninas, sin importar lo que hagan, dice.

El hecho de ser pionera nunca se le pasó por la cabeza.

«Antes de ser zapadora nunca pensé que era un ‘un trabajo de hombres’ o en cómo debía trabajar en un mundo de hombres», sigue Khachatryan.

«Tienes cosas completamente diferentes en la mente cuando entras a un campo de minas», como temas del día a día o tu familia, añade.

Las once zapadoras de Halo Trust trabajan en tres equipos, cada uno con un líder. La organización tiene la intención de capacitar a las mujeres como líderes y conductoras, dice Anna Israelyan, coordinadora del proyecto.

Muy a menudo, los zapadores trabajan en campos que están lejos de su base principal, normalmente una casa alquilada en una localidad cercana. Por eso, a veces una pequeña parte de un campo desminado se convierte en una cocina al aire libre donde poder relajarse y comer. En días fríos y lluviosos también secan allí la ropa.

De lunes a viernes están en el campo. Llegar a la estación del campo, a una casa alquilada en una localidad, puede llevar tiempo en las carreteras precarias de Karabakh (más de dos horas para recorrer 65 kilómetros en taxi, por ejemplo). No siempre hay transporte público.

El día de Khachatryan empieza a las 07:00 cada lunes. Ya vestida para el trabajo, comprueba rápidamente su equipo de eliminación de minas y bebe una taza de té o de café mientras sale corriendo por la puerta.

La mayor parte de este territorio cercano a la localidad de Karegah en la región de Kashatagh ya había sido desminada cuando Khachatryan y su equipo llegaron en invierno de 2016. Durante la semana de trabajo aquí, Khachtryan encontró una mina. Dice que no siente nada en particular cuando encuentra una; la emoción la embriaga una vez desactivada.

En su ausencia, su marido e hijos –Gor, de 18 años; Tigran, de 16 y Nairi, de 6– han aprendido a limpiar la casa, a cocinar, a lavar los platos y a usar la lavadora.

El marido y los tres hijos de Khachatryan realizan todas las tareas durante la semana, cuando ella está fuera.

El año que viene, cuando su hijo mayor Gor, de 18 años, se vaya a Stepanakert para los dos años obligatorios del servicio militar, quiere que sus otros dos hijos vayan con él para que así puedan verse y tengan acceso a más deportes.

Durante los descansos en el campo de Karegah, Khachatryan hizo un muñeco de nieve zapador para tomarle una foto y enviársela a sus hijos.

Los chicos aún piensan que quitar minas no es un trabajo apropiado para una mujer, pero se muestran orgullosos cuando su madre aparece en las noticias.

La propia Khachatryan reconoce que «no siempre me siento en armonía como mujer, como madre y como zapadora». Le gustaría organizar su trabajo para tener más tiempo para su familia; en especial para su hijo menor, quien solo tenía tres años cuando empezó a eliminar minas.

Sin embargo, cree que «las mujeres no son inferiores a los hombres desde el punto de vista profesional».

Para compensar su ausencia durante la semana, Khachatryan intenta comprar algo sabroso para sus hijos los fines de semana. Aquí, con su marido Garik reflejado en el espejo, calienta patatas fritas para la comida.

Para algunos, la explosión de una mina el pasado marzo fue un aviso de que era el momento de cambiar de trabajo. Muchos amigos y familiares empezaron a telefonear y a preguntar su iba a dejar el trabajo, dice Khachatryan.

«Para ser sincera, no sentí miedo de entrar a un campo de minas tras el accidente», dice. «Me dolía mucho como ser humano y tenía un gran sentido de responsabilidad de continuar con el trabajo de mis amigos».

Tiene la intención seguir en el trabajo.

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