Estatuas viejas, mapas nuevos

Mapamundi de Cantino que incorpora información geográfica basada en cuatro series de viajes: Colón al Caribe; Pedro Álvarez Cabral a Brasil, Vasco de Gama seguido de Cabral al este de África e India, y los hermanos Corte Real a Groenlandia y Terranova. Dominio público.

La versión original de este artículo está en la página de Facebook de la autora.

Por su naturaleza, las estatuas sugieren significado. La mayoría de veces nos enseñan a admirarlas. La diferencia en altura importa, en perspectiva: lo que vemos en una elevación, fijado en un pedestal y protegidos por cuerdas trenzadas doradas es intencional en su arquitectura.

Se puede preguntar a cualquier católico o hindú, las dos principales religiones de Trinidad y Tobago, sobre el significado de las estatuas: un Krishna sonriente engalanado con malas aquí, un beatífico Cristo con velas que se derriten a sus lastimados pies. También los hacemos miniaturas, pequeños dioses para nuestras habitaciones de puja y grutas de oración, los concentramos a una intención de reverencia. Convencionalmente entendemos que no son dioses, pero canalizan los dioses hasta nosotros.

¿Es un dios la estatua de Cristóbal Colón? Seguro que no. Y aun así..

La autora jamaicana Michelle Cliff escribió en su novela semiautobiográfica de 1984, «Abeng«, de los medio monstruos que Colón creía que encontraría en el Nuevo Mundo:

«Seres con cabeza de perro y torsos humanos. Gente con alas que no podía volar. Seres con un pie que les crece en la parte superior de ka cabeza, su única función viviente es crearse sombra en el caliente sol tropical».

«Abeng» es un texto contraimperialista que destacan en la historia registrada del imperio europeo blanco. Es esta escultura de la historia jamaicana que hace el imperio la que «Abeng» enfrenta radicalmente. Plantea una pregunta similar el poeta barbadense Kamau Brathwaite en su poesía «La madre agrietada», incluida en la obra de Brathwaite's 1973 opus, «The Arrivants: A New World Trilogy»:

«¿Cómo se redactarán los nuevos mapas?
¿Quién sugerirá una nueva frontera provisional?
¿Cómo amanecerá el cielo ahora?»

Ampliamente, «Los que llegan», obra que pide a los caribeños que enfrenten las fronteras internas, como defensa y respuesta a las fronteras trazadas por las potencias imperiales para situarnos, ubicarnos y subordinarnos, plantea esta pregunta reiterada: ¿quién trazará nuestros nuevos mapas? ¿Qué representará para nosotros?

En estas últimas semanas he escuchado a los ciudadanos hablar de la importancia de nuestras estatuas de Colón. Estas personas me han dicho que Colón era un navegador fantastico hacia quien sienten gratitud, como uno de los padres fundadores de la historia de nuestra nación, quer trazaron nuestras propias raíces. Además, me han dicho que si lo derribamos, ¿dónde se detiene esto? Deberemos retirar todo lo hecho por manos coloniales en nuestra nación y numerosas naciones caribeñas.

Empezar a pensar en derribar estatuas de antiguos imperios, cortar las cabezas de mármol y retirar su alabastro, meter sus cuerpos llenos de excrementos de palomas a nuestros puertos, es nuevo para muchos y una frontera tentativa. Probablemente no es una acción, de protesta o autoindagación, no es una acción que los seguidores locales de Colón imaginaron que se aplicaría. Para ellos, el mapa antiguo no solamente rige, sino que siempre debería regir, sin importar cuánta sangre se derrame. Lo que perciben como el molesto espectáculo de activismo contemporáneo me molesta, sobre todo porque es un intento tácito de empezar a trazar un nuevo mapa… y si los defensores de Colón en tantas discusiones de sobremesa defendieran esos movimientos, implícitamente reflejaría que sus antiguos sistemas son inherentemente defectuosos.

¿Quién quiere creer que los mapas que han usado toda su vida, los que sus padres han usado toda su vida, estuvieron mal trazados sistémicamente? Empezar a aceptarlo sería el comienzo de aceptar que no es perfecta la mitología poscolonial de «trabaja mucho, mucho, mucho, obedece las reglas, haz que tus hijos sean médicos y abogados, y lograrás éxito y hasta podrás jubilarte en Florida». Empezar a pensar que tu concepto de historia podría haberte afectado es reconocer, con enorme incomodidad que no estás bien —y que no has estado bien— bajo la imponente mirada de un ídolo o dos.

Cristóbal Colón recompensó a sus hombres con jóvenes esclavas sexuales. Lo que dijo al respecto: «Se puede obtener cien castellanos por una mujer como por una granja, y es muy general y hay muchos comerciantes que van a buscar niñas, las que tienen entre nueve y diez años están ahora en demanda».

Así, el humano imaginario con cabeza de perro, alas inútiles y monstruosas de las regiones periféricas del imperio se convierte en una mercancía útil en manos del conquistador: como trabajador, como guía turístico local a la fuerza, como un cojín de piel para perforar con crueldad. Así también, muchos decimos que este es el precio de nuestra historia: no solamente para conocerla, sino para crear altas estatuas de piedra para archivar antecedentes penales. A mí me bastaría con no mantener estatuas de un capitalista violador, en esta o cualquier otra época. Para otros, el fin justifica los huesos rotos y los ríos de sangre, y para ser claros, no estoy arengando a esos otros. Solamente estoy reflexionando sobre lo que ellos, según admiten, encuentran histórico.

Mientras este debate continúa en 2020 en nuestra isla, balas perdidas matan a nuestros niños. A los adolescentes los matan en casas abandonadas. Mujeres, niños y hombres mueren de violencia doméstica. A los muchachos los sacan a rastras de su casa y los golpean con tubos de plástico hasta que sus órganos se hinchen como fruta podrida. La mayoría hacemos una mezcla de lo mejor que puede hacer y lo mínimo que necesitamos para sobreviviir. La fiebre electoral empieza a cantar su canción de zancudo portador de dengue.

Cristóbal Colón, sin derribar, sigue mirando.

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