Germinda Casupá, una indígena chiquitana frente al fuego y el machismo

Germinda Casupá en una entrevista para Muy Waso. Foto: Esther Mamani

Este es un fragmento del texto original escrito por Esther Mamani y publicado en la revista digital Muy Waso. 

La Chiquitania boliviana es el bosque seco tropical más grande y biodiverso del mundo. Desde hace casi una década, los incendios forestales dejan, cada año, millones de animales muertos, millones de hectáreas quemadas y miles de familias afectadas.

Ante la catástrofe medioambiental y humanitaria, mujeres indígenas como Germinda Casupá asumen la defensa de su territorio.

Los inicios de Germinda

Germinda de 45 años viste jean, poleras de algodón, zapatillas deportivas y guarda su cabello oscuro en un moño. Para protegerse del sol siempre lleva una gorra, también de tela. Las largas caminatas que debe hace en las comunidades, para ella son como paseos. De joven practicaba fútbol, basquet y voleibol.

El viaje de San Ignacio a Santa Anita es de unas dos horas por un camino de ripio. Durante el trayecto, el polvo y el calor se concentran en la cabina del taxi. Pese al sofoco, Germinda sonríe y contagia su buen humor.

Al llegar a la comunidad, Germinda saluda a la dirigencia local y aprovecha para revisar sus planes de trabajo, ya con la temporada de quemas encima.

Ruta de tierra y ripio entre San Ignacio de Velasco y Santa Anita. Foto: Esther Mamani

Germinda es una buena administradora. Aun con los pocos recursos que tiene la Organización de Mujeres Chiquitanas, la lideresa consigue que el dinero sea bien aprovechado y cubra, al menos, gastos de transporte.

Esta habilidad “administrativa” se la debe a su primer trabajo, cuando aún era adolescente. Entonces se dedicaba al pago de servicios y el control de personal en una finca de la zona.

Los padres de Germinda la sacaron del colegio a los quince años, para que su hermano mayor tenga la oportunidad de ir a la Universidad.

Dos años después de esa decisión familiar, Germinda no solo trabajaba y cuidaba de sus hijos, sino que también iba a la escuela nocturna para concluir su bachillerato.

Para Germinda continuar con su educación era vital. Ella no quería vivir lo mismo que había travesado su madre.

“A sus ocho años, mis abuelos la vendieron a una familia rica para que ayude en la casa y ya nunca más volvió a la escuela”, cuenta Germinda sobre su mamá.

Esa práctica en el oriente boliviano es conocida como patronaje y consiste en entregar la tutela de las niñas y niños a los “patrones”, a cambio de su “cuidado”. Un régimen de servidumbre que la ONU define como una forma contemporánea de la esclavitud.

El hogar de Germinda

La Chiquitania es el bosque seco tropical más grande del mundo y, hasta 2019, también el mejor conservado. La mayor parte de este territorio se encuentra en el departamento de Santa Cruz.

Durante la época de chaqueo, que comienza entre julio y agosto, la expansión del fuego es una pesadilla que se repite todos los años. Esta práctica se realiza tradicionalmente para la preparación de suelos agrícolas, pero desde hace más de una década tiene ribetes ecocidas.

Las quemas, explican en la zona, sirven para limpiar las áreas de cultivo de los pequeños, medianos y grandes productores de soya, maíz y frijol.

Según un informe de la Fundación Tierra, el 26.3% de la superficie quemada en Santa Cruz durante 2019 correspondía a predios de empresas agropecuarias, grandes y medianas.

Solo 4, 9% correspondía a propiedades comunales y apenas el 2.7% a pequeñas propiedades.

Los incendios descontrolados provocados por la agroindustria, que se extienden incluso hasta tierras fiscales y áreas protegidas, afectan la seguridad de las comunidades más chicas.

Pese a este contexto, en 2019 muchas comunidades pagaron multas por los focos de calor en sus territorios. Las sanciones llegaban hasta los ochenta mil bolivianos.

Arlena Algarañaz, la mejor amiga de Germinda Casupá, recuerda con enojo las largas horas que pasaron en oficinas de la Autoridad de Fiscalización y Control de Bosques y Tierra. Intentaban explicar a los funcionarios que los incendios no son provocados por las comunidades.

Sobre Germinda, Arlena recuerda que “era una de las participantes más activas en los talleres de empoderamiento de la mujer que hacíamos con la Defensoría del Pueblo y la Plataforma de Atención Integral a la Familia”.

Una lucha que empezó en casa

Pese a su voluntad y esfuerzo, Germinda aún tenía un escollo para superarse: su exesposo, con quien se casó cuando tenía 16 años.

Él no estaba de acuerdo con que Germinda estudie y trabaje a la vez. Cuando salía, la hostigaba y violentaba con el pretexto de los “celos”. Durante muchos años la golpeó e insultó.

Hace más de un lustro la espiral de violencia se rompió. Él le dijo que “ahorre dinero para comprar su cajón (en referencia a un féretro)”. Germinda supo leer la gravedad de la amenaza.

Así fue que el 2015 se convirtió un año de cambios para Germinda. No solo se separó del violento, sino que comenzó su carrera en la dirigencia indígena.

Alejada de esa pareja, Germinda vio un camino llano para continuar con su formación asistiendo a talleres y ocupando cargos donde demostraba su temperamento: fuerte pero conciliador, comprometido y responsable.

Aulas de una escuela en la comunidad de Santa Anita. Foto: Esther Mamani

Germinda contra el machismo y la violencia machista

Las críticas contra Germinda no faltan. En su mayoría, provienen de liderazgos masculinos.

En el ingreso a una de las comunidades que Germinda visita habitualmente, uno de los líderes de la comunidad comenta que la desconocen como autoridad.

Además, la califican como “oenegera”. Una forma peyorativa de decir que solo trabaja con fundaciones u organizaciones sin fines de lucro.

“¿Por qué una mujer tiene que estar yendo a todo lado? ¿Quién la ha designado?”, reclama un dirigente.

Y es que no fueron los caciques quienes seleccionaron a Germinda para asistir a la audiencia del Tribunal Internacional de la Naturaleza (TIN) en Chile en 2019 para denunciar el estado boliviano por ecocidio. Sin embargo, su elección si tuvo el respaldo mayoritario de sus compañeras mujeres.

 

En 2018 creó la Liga de Defensoras Comunitarias. Esta instancia es un sistema comunitario de alerta ante situaciones de violencia contra las mujeres de la región.

“Germinda siempre está atenta para ayudar a las compañeras. Si sabemos de un caso de violencia, reportamos”, explica Elena Guasese, una habitante de Sañonama.

“De la preocupación a la ocupación”

Aquel fallo del TIN en 2019 fue una victoria para Germinda, pero se sintió apenas como el inicio de más tareas y responsabilidades.

La expansión de la frontera agrícola y el fuego retornaron a la Chiquitania el 2020 y también ahora, en 2021. Estos nuevos incendios le demandan Germinda más labores para sofocar las llamas y resguardar a su gente. Es decir, proteger la vida de los bosques y sus habitantes.

Actualmente, Germinda recorre las comunidades para revisar las acciones que se realizan para mitigar los efectos de las quemas.

El monitoreo que realiza Germinda, entre otras cosas, implica actualizar el número de familias que hay por comunidad, revisar si tienen acceso a agua potable o si existen vehículos que cuenten con combustible suficiente para posibles evacuaciones.

“Hay que pasar de la preocupación a la ocupación”, dice Germinda antes de subirse a un taxi con el que visitará tres comunidades aledañas a San Ignacio de Velasco: Sañonama, Santa Anita y Espíritu.

Pobladores de Santa Anita. Foto: Esther Mamani

La lucha contra el fuego no cesa

En el camino hacia la comunidad de Espíritu, Germinda se comunica con algunos bomberos que trabajan en la zona. Los incendios se reactivaron en Candelaria, San Matías y Roboré.

El olor a quemado vuelve a causar terror.

Además de los incendios, Germinda tiene otra preocupación que le obliga a acelerar la marcha: su hijo más pequeño está enfermo, probablemente tenga una infección estomacal. Ella tiene tres hijos.

Pese a que una de sus familiares la ayudará con esos cuidados y la atención, Germinda se revela inquieta: las tareas empiezan a acumularse.

“A veces pienso en retirarme de todo esto. Cada año es más difícil lidiar con el fuego”, vuelve a lamentarse.

En Espíritu, Germinda tenía pactadas varias reuniones con las mujeres de la comunidad. Tenía planificado hablar del acceso a agua potable, educación y salud.

Pero el fuego, y su peligrosa propagación, se apodera de las conversaciones.

Ese día, después de su última reunión, Germinda se toca la frente, arregla su gorro y da por terminada la expedición.

“Fue muy lindo exponer ante el Tribunal Internacional de la Naturaleza», —recuerda Germinda con una sonrisa— «pero aquí en los bosques no hay fallo que apague el fuego”.

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