“Reconocimiento de derechos LGBTQ en África es un camino cuesta arriba”

Activistas del Climate Reparations Bloc y de Defund Climate Chaos se preparan para una marcha. Imagen  de Flickr (PDM 1.0 DEED).

Este artículo es de Clarisse Sih y Bibbi Abruzzini y forma parte de la campaña #MarchWithUs [Marcha con nosotros]: un mes completo de historias de activistas por justicia de género de todo el mundo. Escucha el episodio del pódcast en el que aparece Kiki aquí.

¿Quién hubiera pensado que el simple hecho de existir y vivir tu verdad te acarrearía tantos problemas? Al menos, Kiki nunca hubiera imaginado que sería el centro de atención durante varios años, a pesar de no haber hecho absolutamente nada para perturbar la vida de los demás. Sin embargo, sus elecciones han molestado a muchas personas.

Bandy Kiki nació como Emily Kinaka Banadzem el 20 de febrero de 1991 en Jakiri, remota aldea de Camerún. Según Kiki, su vida no tuvo dramas.

“Crecí en un hogar católico conservador y recibí bastantes sermones”, dijo en entrevista con Clarisse Sih de la red civil global Forus. Aunque su familia se aseguró de que creciera siguiendo las normas de su religión, estos sermones no fueron suficientes para mantener a Kiki dentro del grupo de personas “aceptables” en su país.

Bandy Kiki. Foto de la red civil global, Forus, utilizada con autorización.

En su adolescencia, Kiki se dio cuenta de que no le interesaban los chicos. Se lo contó a Forus: “No empecé estando segura (de ser queer). Empecé cuestionándome. Me sentía atraída por las chicas, mientras que mis amigas siempre hablaban de chicos. Me preguntaba qué me pasaba”.

Aunque no podía comprender ni controlar lo que ocurría en su interior, estaba segura de algo: debía mantener su sentir en secreto, por miedo al rechazo de la sociedad o, peor aún, que la enviaran a prisión.

“Mi mente entró en una etapa en la que me preguntaba si me iría al infierno”, dijo.

Kiki intentó autoconvencerse de que le gustaban los hombres, pero nunca funcionó. Tuvo su primera relación romántica con una mujer, pero pasó varios meses suplicándole que se mantuvieran en secreto. Al final, el miedo a que la descubrieran superó su deseo de vivir su verdad, y Kiki puso fin a la relación.

El paso a través del fuego

Años más tarde, Kiki se mudó a Reino Unido para estudiar y allí, de alguna manera, finalmente pudo aceptar su verdad. Los acosadores en línea la obligaron a salir del armario, sabía que finalmente era hora de contarle a su familia la “verdad tan temida”.

“Mi familia no fue muy solidaria, pero tampoco fue tan homofóbica como esperaba”, señaló.

Cuando dio a conocer su orientación en 2017, la etiquetaron como “la anglófona más odiada en las redes sociales de Camerún”.

“En ese momento, dirigía uno de los mayores blogs y con más seguidores en las regiones de habla inglesa de Camerún y perdí varios anunciantes. Realmente afectó mi fuente de ingresos. Recibí muchas amenazas de muerte y violación en grupo”, relató.

Uno de los métodos a los que recurrió para sobrevivir al acoso que enfrentaba fue buscar apoyo dentro de las comunidades LGBTQ, comunidades que sufren una nueva oleada de persecución en Camerún, donde las relaciones entre personas del mismo sexo son ilegales.

“Si creemos en los derechos humanos, no podemos elegir cuáles defender”

Fahe Kerubo. Foto de la red civil global, Forus, utilizada con autorización.

En Kenia, al igual que Kiki, Fahe Kerubo intentaba encontrar su camino durante el primer año en secundaria en Nairobi, cuando se dio cuenta de que era diferente. No encajaba dentro de ninguna de las dos líneas trazadas por la sociedad y en las que se esperaba que cualquier ciudadano se posicionara. No era ni hombre ni mujer, y lo primero que se le vino a la cabeza fue buscar la ayuda de la orientadora escolar.

En una entrevista con Clarisse Sih, de Forus, dijo: “En mi niñez, era totalmente inaceptable que te identificaras como una persona queer. Estaba en la pubertad y necesitaba orientación para lidiar con todas esas emociones. Cometí el grave error de acudir a la consejera escolar y expresarle mi sentir. Me expuso en la asamblea escolar. Le anunció a toda la escuela que era lesbiana y que cualquier estudiante que se relacionara conmigo sería expulsado o castigado”.

Este trauma obligó a Fahe a vivir en soledad y, más tarde, a abandonar la universidad.

“El sistema era discriminatorio, realmente opresivo. Tuve que abandonar la universidad porque era demasiada presión. Me tomé tres años de pausa para averiguar qué podía hacer y luego regresé a la universidad a cursar una carrera totalmente distinta”, explicó.

Ser objeto de burlas por ser gay y, luego, la pérdida de un ser querido por VIH/sida motivaron Fahe a convertirse en activista.

“Como muchas otras personas queer del mundo, tuve que aprender a defenderme desde muy joven. Tenía alguien muy cercano que murió a causa del sida, pero sobre todo por el estigma y la discriminación que enfrentó. No pudo acceder a los antirretrovirales, lo que llevó a que el VIH alcanzara su carga máxima y falleció”.

Fahe se unió a la lucha por los derechos reproductivos y sexuales y actualmente, al igual que Kiki, trabaja como activista y asesora a jóvenes. Sostiene que los derechos de género y los derechos reproductivos van de la mano.

“Los puntos en común radican en reconocer y respetar las diversas experiencias reproductivas de las personas de la comunidad LGBTQ… aquí hablamos de atención de salud integral. Hablamos de las necesidades específicas de las personas trans y no binarias. Así que no podemos abordar los derechos LGBTQ sin tener en cuenta sus derechos reproductivos”.

En numerosos países, las personas LGBTQ siguen enfrentando leyes que amenazan sus libertades, y corren diversos riesgos como la detención, el chantaje, el estigma, la violencia e incluso pena de muerte.

“Si creemos en los derechos humanos, no podemos elegir cuáles defender. He visto a muchos activistas abogar por leyes y políticas progresistas, y hoy me da mucho orgullo que la Constitución dé acceso al aborto seguro y a que las personas LGBTQ existan tal y como son”, añadió Fahe.

“Debemos adoptar una responsabilidad colectiva y abstenernos de trabajar en silencio. Estas cuestiones están interconectadas y si elegimos qué cosas defender según nuestros prejuicios, o más bien, nuestras actitudes y creencias, creo que estamos perdiendo”, concluyó.

La unidad es el primer paso, pero la falta de recursos es una realidad con la que la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil tienen que lidiar.

Al igual que Fahe, además de protegerse, Bandy Kiki también optó por defender los derechos de otras personas LGBTQ.

“Me dediqué al activismo porque sentí que era algo que necesitaba la comunidad. Reflexiono sobre mí, no conocía a nadie LGBTQ en Nso (pueblo de Camerún) y, por lo tanto, no tenía a nadie cuya vida pudiera alentar la mía. Así que me dije que podría ser esa persona que tanto necesitaba ver cuando era mucho más joven en mi recorrido a la autoaceptación”.

El reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTQ en África es un camino cuesta arriba.

“Los tradicionalistas y los fanáticos religiosos están en nuestro negocio y les preocupa con quién me acuesto al final del día. ¿Por qué? Es necesario reconocer y reformar los derechos LGBTQ en toda África”, opinó Kiki.

Hay 64 países en el mundo cuyas leyes penalizan la homosexualidad, y casi la mitad está en África. Muchas de las leyes que penalizan las relaciones homosexuales datan de la época colonial. Esta realidad empuja a muchas personas queer a elegir la relativa comodidad del armario mientras sueñan con el día en el que por fin serán libres.

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