Fue una singular figura literaria de suficiente notoriedad como para que los periódicos reservaran espacio en la sección de obituarios durante décadas. El 11 de agosto, cuando se supo que V.S. Naipaul había fallecido a los 85 años, la cobertura mediática fue rápida y voluminosa. La foto del ganador del Nobel ocupó la primera plana de tres periódicos de Trinidad y Tobago.
En las redes sociales, donde se desarrolla la mayor parte de los debates de la sociedad trinitense, algunos usuarios se centraron en el detalle de que la prensa internacional describía a Naipaul como escritor británico. «Le hubiera encantado», fue una respuesta típica. Para quienes desaprueban a Naipul –y él buscaba la desaprobación– una queja común era su supuesta negación de Trinidad, isla donde nació y creció. Recordamos el latigazo que supusieron las declaraciones de Naipul cuando recibió el Premio Nobel en 2001: «Es un gran homenaje tanto para Inglaterra, mi hogar como para India, hogar de mis ancestros, y para la dedicación y el apoyo de mi agente». Punto. Por tanto, que los obituarios llegaran como si fuera británico: ¿seguro que ese fue su deseo siempre?
Pero los hechos son complicados. Naipaul nació en una colonia británica, era súbdito británico cuando abandonó Trinidad en 1950 con 18 años con una becada para Oxford que logró con gran esfuerzo. Vivía en Londres cuando Trinidad y Tobago se independizó en 1962. Fue desde siempre «británico», y al mismo tiempo nunca se sintió parte de su país de adopción. Es fácil ver la evidencia en sus libros.
Naipaul fue «trinitense hasta la médula», dice Kenneth Ramchand, destacado investigador literario. «Trinidad lo formó. Le dio forma e incluso cuando se molestaba con Trinidad, lo acosó a lo largo de su carrera». Me atrevería a decir que Naipaul fue el escritor más trinitense que ha producido Trinidad, tanto por lo bueno como por lo malo. Una casa para el señor Biswas sigue siendo lo más próximo que tenemos a una magnífica novela trinitense, con su retrato nada sentimental de una familia indo-trinitense que se esfuerza por un sentido de coherencia y de autodeterminación en una sociedad pequeña «extremadamente simple y confusa a la vez». The Suffrage of Elvira es el manual más valioso para quien intente comprender la política incorregiblemente tribal de Trinidad y Tobago (según nada más y nada menos que el teórico político Lloyd Best). La pérdida de El Dorado sigue siendo la más vigorizante y penetrante historia de Trinidad colonial. Y las historias de picaresca de Miguel Street, el libro innovador de Naipaul, han influido a escritores trinitenses de ficción más que cualquier otro texto.
Naipaul siempre representó su escritura como una búsqueda de la autocomprensión: «Tuve que hacer los libros que hice porque no había libros sobre los temas que me dieran lo que yo quería». Y «esos temas» son las circunstancias históricas en las que nació, en la Trinidad de 1932. En el ensayo Prólogo de una autobiografía ofrece un resumen:
“… there was a migration from India to be considered, a migration within the British empire. There was my Hindu family, with its fading memories of India; there was India itself. And there was Trinidad, with its past of slavery, its mixed population, its racial antagonisms and its changing political life; once part of Venezuela and the Spanish empire, now English-speaking, with the American base and an open-air cinema…. And there was my own presence in England, writing….
“So step by step, book by book … I eased myself into knowledge.”
… había que considerar una migración de India, una migración dentro del Imperio Británico. Estaba mi familia hindú, con sus memorias desteñidas de India; estaba India en sí misma. Y estaba Trinidad, con su pasado de esclavitud, su población mestiza, sus antagonismos raciales y su cambiante vida política; alguna vez parte de Venezuela y del Imperio Español, ahora anglófona, con la base estadounidense y un cine al aire libre… Y estaba mi propia presencia en Inglaterra, escribiendo…
Por lo que paso a paso, libro a libro… Entré suavemente en el conocimiento.
«Soy el resumen de mis libros», dijo. Y el personaje que creó en sus libros deliberadamente no tenía lealtades, excepto a la escritura. Luchó por lograr «la libertad de la gente, de conflictos, de rivalidades, de la competición». Añadió: «no se tiene un lado, no se tiene un país, ni una comunidad; se es completamente individuo». Esta postura puso a Naipaul en conflicto con muchos otros escritores caribeños, y con muchos lectores caribeños.
Durante décadas, la literatura caribeña se ha visto animada por argumentos sin resolver sobre responsabilidad, lenguaje, autenticidad –sobre cómo ser un escritor caribeño. Naipaul permaneció al margen de estos debates. La sátira de humor relativamente bueno sobre su escenario ficticio en Trinidad maduró en la década de 1960 para convertirse en una crítica más dura y pesimista sobre lo que Naipaul veía como las pretensiones de las sociedades caribeñas posteriores a la independencia («medio hechas», habitadas por «hombres mímicos»). Tras viajar más, extendió su escrutinio a otras naciones poscoloniales de Asia, África y Sudamérica. No se anduvo nunca con rodeos. Fue acusado de exagerar la miseria de India, de hostilidad al Islam. Sus descripciones de caribeños y africanos de color en ocasiones parecen delatar la ansiedad racional, y los prejuicios descarados.
Y en un espíritu de picardía seria, atormentó a sus críticos con comentarios indignantes. En un perfil publicado poco después de que Naipaul ganara el Nobel, mi colega Jeremy Taylor enumeró algunas ofensas memorables:
“Over the years, he has called people monkeys, infies (inferiors), bow-and-arrow men, potato eaters, Mr Woggy. He has described whole countries as ‘bush.’ Oxford University, where he earned his degree in English, was ‘a very second-rate provincial university.’ Africa ‘has no future,’ and as for African literature, ‘you can’t beat a novel out on drums.’ He once recommended that Britain should sell knighthoods through the Post Office (this was before he became Sir Vidia Naipaul).”
Con el paso de los años, ha llamado a la gente monos, inferiores, hombres de arco y flecha, consumidores de patatas, señor Woggy. Describió países enteros como «maleza». La Universidad de Oxford, donde obtuvo su grado en Inglés, era «una universidad provincial de segunda división». África «no tiene futuro» y en referencia a la literatura africana, «no puedes hacer una novela con tambores». Una vez recomendó que Gran Bretaña vendiera caballería a través de la Oficina de Correos (esto fue antes de convertirse en Sir Vidia Naipaul)».
Los trinitenses deberían reconocer estas provocaciones como su versión de nuestro propio picong, la burla, bromas despiadadas perfeccionadas por nuestros bailadores de calypso. Deberíamos entender su conducta pública traviesa cuando Naipaul «jugaba con él mismo», mientras los trinitenses describen la actuación de una persona cuidadosamente diseñada que a la vez se esconde y aparece. Su biógrafo Patrick French cita la sugerencia del escritor barbadense George Lamming de que Naipaul «jugaba al ole mas» –«disfrazándose o creando problemas para su propio entretenimiento, un rasgo trinitense». French añade: «cuando se mostraba descortés o provocador de este modo, Naipaul estaba lleno de alegría». Esta es la ironía que exponía al hombre que había detrás del escritor: nunca era más trinitense que cuando hablaba mal de Trinidad.
Por consiguiente, las respuestas más consideradas ante su fallecimiento también han sido las más conflictivas. Nadie puede leer la biografía de French, El mundo es lo que es, sin sentir repulsa hacia el fanatismo de Naipaul, su misoginia, sus crueldades dirigidas tanto a los suyos como a desconocidos. Pero están sus libros, escritos en prosa de bello rigor y claridad, con sus incesantes sondeos que en ocasiones hallan una ternura inesperada.
Su tema eterno fue cómo la insensible fuerza de la historia –sobre todo, los grandes movimientos de gente en las culturas, dirigidas por la sociedad colonial– influye en la vida de gente común. Le fascinaba la creación y la reconstrucción del individuo dirigido por estas dislocaciones. Su familia, la isla donde nació, los lejanos lugares a los que viajó y su propio entendimiento e ilusiones fueron adecuados para el escrutinio. Y sus libros, en su mejor versión, nos ofrecen una representación de nuestras sociedades y de nosotros mismos que no podemos negar, incluso queriendo. Hay libros de Naipaul que espero no leer de nuevo, y otros sin los cuales no puedo entender el mundo en el que nací.
«Todo lo que hay de valor sobre mí está en mis libros». Tal vez sea la afirmación más sincera que escribió Naipaul. No se trata de que la obra justifica los pecados del hombre. Sería una ecuación demasiado simple. El poder y, sí, la belleza de su escritura es de algún modo el producto de los defectos del escritor, y también en cierto modo trasciende esos defectos, sin exceptuarlos. El álgebra moral del arte es difícil, y debería perturbarnos. No hay mejor ejemplo que los libros de V.S. Naipaul. Es una de las razones –la mayor– por las que me siento obligado a leerlos.
Nicholas Laughlin editó una edición revisada y ampliada de la primera correspondencia familiar de V.S. Naipaul, Cartas entre un padre y un hijo (2009).