César Chávez, estadounidense

Activista laboral César Chávez (centro) en marcha desde la frontera mexicana a Sacramento con miembros de United Farm Workers en Redondo Beach, California, 5 de julio de 1975. Foto de John Malmin, de Los Angeles Times en la biblioteca de la UCLA (CC BY 4.0).

Este artículo es parte de una serie de J. Nathan Matias para un paseo en bicicleta de más de 800 kilómetros en junio de 2023 que recauda fondos para Rising Voices, el programa de lenguas indígenas/en peligro de extinción de Global Voices, y la Red de Justicia Ambiental de California Central. Dona a la iniciativa aquí

Cuando el reportero gráfico Héctor Amezcua nos tomó una foto a Ivan Sigal y a mí en la escalinata del Capitolio del estado de California en Sacramento, sentí una sensación de logro. Iván y yo acabábamos de recorrer en bicicleta cientos de kilómetros desde Bakersfield por la ruta de la Marcha de los Trabajadores Agrícolas de 1966, con la intención de comprender el pasado y conocer a los líderes emergentes del Valle Central de California. Para llegar al Capitolio, habíamos desafiado el calor extremo, subido dos mil metros por las montañas de Sierra Nevada, arreglado muchos pinchazos y puesto a prueba mi discapacidad respiratoria con una de las peores calidades del aire de Estados Unidos.

Pero la siguiente frase de Héctor desinfló rápidamente mis ilusiones de grandeza: «La gente que desanda la marcha suele tomarse fotos aquí», dijo, «después de la misa en la iglesia de la virgen de Guadalupe». En 2022, un grupo de trabajadores agrícolas pasó semanas caminando 530 kilómetros a lo largo de la ruta histórica para abogar por una ley de California que redujera las barreras a la afiliación sindical. Después de que el presidente Joe Biden expresó su apoyo a la ley, el gobernador de California, Gavin Newsom, firmó el proyecto de ley que podría restaurar el poder de los sindicatos de trabajadores agrícolas tras décadas de supresión.

Ivan Sigal y yo. Nathan Matias, en las escalinatas del Capitolio estatal en Sacramento. Foto de Héctor Amezcua.

Unos días antes, habíamos conocido a Gloria González, trabajadora agrícola de Parlier que se unió a la marcha sindical de 2022. Gloria conducía cada mañana hasta la salida, caminaba todo el día y luego volvía a casa por la noche para cuidar de su familia, en un momento en el que los precios de la gasolina estaban en máximos históricos. Conocer a Gloria amplió definitivamente mi definición de atleta de ultrarresistencia.

Durante los seis días que estuvimos siguiendo la ruta y reuniéndonos con líderes en el Valle Central, me encontré pensando en el legendario activista obrero César Chávez, cofundador del sindicato United Farm Workers y uno de los principales organizadores de la marcha de trabajadores agrícolas, y haciéndome la siguiente pregunta: ¿qué papel deberían desempeñar figuras legendarias como Chávez en la vida cívica?

Este año, cuando el Senado estadounidense estudie la posibilidad de crear un parque nacional a lo largo de la ruta, votará sobre el «Parque Histórico Nacional César E. Chávez y el Movimiento Campesino». A la vuelta de la esquina, la Plaza César Chávez de Sacramento sirve como mercado agrícola local de la ciudad, y docenas de comunidades a lo largo de nuestra ruta han bautizado carreteras, escuelas y centros comunitarios con el nombre de Chávez y de sus compañeros organizadores de la marcha Dolores Huerta y Larry Itliong.

Mis amigos blancos me preguntan a veces si debemos seguir idolatrando a figuras como Chávez en un momento en que los estadounidenses se cuestionan el significado de tantas de nuestras estatuas, monumentos y símbolos. Cuando este año hablé con personas que habían estado cerca de Chávez, nuestras conversaciones llegaron a menudo a un momento de malestar en torno a su legado. Tras las victorias políticas de visibilidad internacional de la década de 1960, Chávez se vio atrapado por su propia celebridad, se convirtió en una figura controladora que exigía lealtad de culto a un grupo cada vez más reducido de seguidores. Al escribir sobre sus antiguos aliados, la biógrafa Miriam Pawel menciona un malestar similar: «Habían adorado a Chávez y se habían desilusionado, disfrutado de su tutela y soportado su ira». ¿Es ese el tipo de persona que deberíamos conmemorar con un Parque Nacional?

César Chávez en las escaleras del Capitolio del Estado de California en Sacramento. Por la colección Ernest Lowe de la UC Merced (CC-BY-NC 4.0).

Entonces pensé en toda la gente que estaba fuera del marco de la cámara de las leyendas de la historia, gente como Héctor Amezcua, uno los primeros en Estados Unidos que se especializó en Estudios Chicanos en la universidad. Dos años después de la Marcha de los Campesinos, 15 000 estudiantes latinoamericanos abandonaron las escuelas de Los Ángeles para exigir que nuestra historia y nuestra cultura se incluyeran en la educación estadounidense. Muchos de los artistas, músicos, escritores y activistas que habían participado en la marcha llenaron esas lagunas en el reconocimiento cultural y social. Su trabajo sobre la historia y la leyenda de la Marcha de los Campesinos creó innumerables instituciones y oportunidades para gente como Héctor y yo.

Reportero gráfico Héctor Amezcua n. Foto de Ivan Sigal (CC BY 4.0)

El reconocimiento social de los mexicano-estadounidenses creado por este trabajo ha beneficiado a latinoamericanos de todos los orígenes. Como periodista estadounidense hispanohablante, Héctor pudo cubrir las elecciones de 1994 en Guatemala que pusieron fin a la guerra civil y al genocidio del que mi familia escapó en la década de 1970. Y durante la pandemia de COVID-19, Héctor trabajó con una universidad local para coordinar la creación de recursos sanitarios en lengua indígena en mam, la lengua ancestral de mi padre. Es difícil imaginar que esas cosas hubieran sucedido si no hubiera existido el movimiento chicano.

Como profesora de Comunicación, enseño a mis alumnos a pensar en las historias y los monumentos como símbolos de representación y reconocimiento cultural, que representan algo más que una persona o un acontecimiento. Cuando el movimiento de trabajadores agrícolas decidió marchar de Delano a Sacramento en 1966, estaba creando intencionadamente una leyenda. Los ejemplos de Gandhi y Martin Luther King Jr. habían enseñado a los medios internacionales cómo escribir sobre líderes visionarios en una marcha por la justicia. Los organizadores de la marcha comprendieron entonces lo que los estudiosos de los medios llegaron a ver décadas más tarde: que las redacciones son fábricas para producir historias, y las campañas de éxito son las que son eficaces al dar a los periodistas la materia prima para guiones que ya saben cómo escribir (Fishman 1980). Es posible que los organizadores no se dieran cuenta de que los mismos guiones heroicos también impondrían límites a lo que Chávez y el movimiento podían lograr.

Por supuesto, no todas las leyendas reciben el mismo trato. En una época en la que las universidades luchan por mantener estatuas de colonizadores sangrientos como Cecil Rhodes y esclavistas como Jonathan Edwards, a veces desearía vivir en un mundo de igualdad de oportunidades para criticar a nuestros héroes públicos.

Pero quizá la imperfección de Chávez sea otra razón para convertirlo en un símbolo. California es un estado construido por visionarios que convencieron a la gente de asumir riesgos extremos para transformar la tierra y la sociedad. A lo largo de nuestro paseo en bicicleta, vimos la poderosa mano de estos líderes estampada en las granjas, las vías fluviales, los campos petrolíferos, las instituciones, los desastres naturales y los parques nacionales de California. Joan Didion, que describió con agudeza el fervor de los líderes californianos en el acertadamente titulado «Álbum blanco», escribió que no hay nada más estadounidnese que un hombre carismático con ambición, arrogancia y una causa.

En un país construido sobre desplazamientos y tierras robadas, las leyendas heroicas se convierten en la semilla para que florezcan nuevas posibilidades. Cada vez que una comunidad de Estados Unidos cambia el nombre de una calle, añade una nueva clase al plan de estudios o publica en un nuevo idioma, está haciendo una declaración sobre quién encaja. En los últimos años, los científicos han descubierto que incluir estudios étnicos en los planes de estudios de secundaria se traduce en grandes aumentos para los estudiantes de esos grupos étnicos en la asistencia a clase, en la probabilidad de graduarse de secundaria y en la probabilidad de matricularse en la universidad (Bonilla et al 2021).

Aquí en Global Voices, que publica medios y relatos de la mayoría global, muchos de nosotros anhelamos ver transformaciones similares en nuestras comunidades. Como ha afirmado Marshall Ganz, coorganizador de la Marcha de 1966, las historias importan porque nos inspiran para encajar nuestra propia vida en una historia más amplia del mundo que queremos (Ganz 2011).

Cuando la Marcha de Trabajadores Agrícolas de 1966 llegó a las escalinatas del Capitolio estatal en Sacramento, estaban celebrando lo que llamaron una «peregrinación», una peregrinación a la que todos estaban invitados a unirse. Como todas las peregrinaciones, el viaje era un testimonio de la verdad, un momento de reflexión y una oportunidad para transformar tanto a los manifestantes como a las comunidades por las que pasaban.

La peregrinación siempre combina una renovación del pasado con un nuevo camino hacia un futuro compartido. Independientemente de que la Marcha de los Trabajadores Agrícolas se conmemore en un parque nacional, esta ruta y su leyenda seguirán siendo fuente de inspiración y renovación para quienes la recorran, como me ha ocurrido a mí.

Leer más antecedentes del recorrido, incluidos sus objetivos e itinerario de Nathan e Ivan, en nuestra página de cobertura especial.

 

Referencias:

Inicia la conversación

Autores, por favor Conectarse »

Guías

  • Por favor, trata a los demás con respeto. No se aprobarán los comentarios que contengan ofensas, groserías y ataque personales.