Yibuti: ¿Futuro terreno de expresión del conflicto entre Trump y China?

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Ismaël Omar Guelleh (IOG), presidente de Yibuti, en la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas  (www.news55.se).

Estados Unidos recordará por mucho tiempo la última transición presidencial. Donald Trump pasó los 72 días entre su elección y su toma de mando a dinamitar, con tuits improbables o encuentros fortuitos, todos los códigos de la política estadounidense. El 2 de diciembre 2016 hizo pública la conversación que tuvo con la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen. Algo sin precedentes desde 1979, cuando Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con la pequeña isla donde tiene puestos los ojos su poderoso vecino chino.

Rompiendo con una larga tradición estadounidense, el entonces presidente electo hundió el clavo el 11 de diciembre 2016, cuando amenazó con no reconocer más a «China como única» ante la falta de concesiones de Pekín. Según el New York Times, «jamás (…) un dirigente estadounidense había alterado así las cosas sobre esto». Es que el muy proteccionista Donald Trump tiene a China en la mira, la acusa de agresividad comercial y la amenaza con imponer una tasa de 45% a las importaciones.

China-Estados Unidos: ¿hacia un conflicto inevitable?

Para muchos observadores, la orientación contra China del actual presidente de Estados Unidos solamente agravará las tensiones entre Washington y Pekín, tensiones que se volvieron más intensas estos últimos años. El principal problema es un asunto de dominación comercial y militar en el mar de China. Unos 5 mil millones de toneladas de mercaderías transitan diariamente por este espacio marítimo, espacio del que China revindica no menos del 80%. Estados Unidos, por su parte, incita a los países que tienen acceso a este mar (Tailandia, Filipinas, Vietnam, Brunéi, Malasia) a hacer valer sus derechos ante una China más conquistadora que nunca.

El mar de China es el escenario de constantes maniobras militares entre portaaviones de Estados Unidos y submarinos chinos. El 24 de enero 2017, el portavoz del presidente amenazó directamente a Pekín: «Si esas islas están en aguas internacionales y no podemos decir estrictamente que son parte de China, nos aseguraremos de que territorios internacionales no sean controlados por un solo país». Y precisó que garantizaría que Estados Unidos «protegerá sus intereses». La escalada de violencia no está lejos. Para el semanario estadounidense Newsweek, la guerra entre Estados Unidos y China incluso podría ser «inevitable».

En África, una guerra económica entre Washington y Pekín

El mar de China no es la única manzana de la discordia entre las dos superpotencias. El continente africano se ha transformado igualmente en teatro de una verdadera guerra económica entre Washington y Pekín. Mientras que en 2014 los intercambios  comerciales entre Estados Unidos y África sobrepasaban apenas los 73,000 millones de dólares, con China llegaban ya a 222,000 millones con China. No solo el volumen de inversiones de los dos países es bastante desproporcionado, sino que su naturaleza es muy diferente. Mientras que el 70% de la ayuda china en África se destina a la construcción de infraestructuras pesada (ferrocarriles, carreteras, puentes estadios, etc…), la misma proporción de la ayuda de estadounidense se destina a proyectos sanitarios o  humanitarios.

El expresidente Barack Obama no dejó de denunciar, cuando todavía ocupaba la Oficina Oval, este doble estándar. Haciendo hincapié en los esfuerzos de inversión estadounidense para promover la democracia en el continente africano, el expresidente denunciaba una China obnubilada solo por los resultados económicos, una China dispuesta a negociar con los regímenes africanos más dudosos si le aseguraba el acceso a la valiosa materia prima que abunda en el subsuelo del continente y que es tan necesaria para el crecimiento de su industria.

Yibuti juega un juego peligroso

África ha llegado a ser tan estratégica para Pekín que China recientemente decidió establecer ahí su primera base militar en el exterior. Se abrirá hacia fines de 2017, y aún no se sabe si servirá para asegurar el abastecimiento de sus navíos comerciales, como base de un contingente de mantenimiento de la paz en África o si precede a una instalación militar duradera de China sobre el continente.

De todos modos, las ambiciones geopolíticas de Pekín en África no han pasado desapercibidas entre los aliados tradicionales del pequeño país del cuerno de África, dirigido desde 1999 por Ismaïl Omar Guelleh (IOG). Estados Unidos, que ha debido abandonar una parte de sus equipos en Yibuti para los militares chinos y repatriar sus fuerzas dentro del único Campamento Lemonnier, no ve con buenos ojos esta nueva vecindad forzada. Y es así que su base en Yibuti tiene una importancia estratégica en términos de inteligencia, puesto que sirve de pista para sus drones hacia Medio Oriente. El cambio de tendencia de alianza de OIG, atraído por los subsidios internacionales que constituyen la mayor parte de la riqueza del país, hace dudar cada vez más a Washington de la pertinencia de apoyar a un potentado que mantiene a más del 50% de su población en la extrema pobreza y que conserva su poder a costa de una feroz represión.

Una señal de que el viento podría comenzar a cambiar es que Estados Unidos, molesto por la llegada de China, estaría pensando transferir progresivamente sus tropas en Yibuti a Senegal. Una partida que refrendaría también una disminución de la ayuda financiera de Estados Unidos, y una sobredependencia de Yibuti hacia China sería una amenaza a largo plazo. Si IOG puede contar con que Pekín cierre los ojos al manejo no democrático de su país para dar la espalda a Washington y abrir los brazos a Pekín, ata el destino de su país a una potencia cuyo crecimiento se está desacelerando y que no tiene la costumbre de redistribuir las ganancias de sus empresas a las poblaciones locales. A diferencia de la consecuencias humanas y ambientales que los yibutianos deberán enfrentar solos, una vez más.

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