«Pozor i styd»: El ruso tiene dos palabras para vergüenza

André Markowicz. Captura de pantalla del canal de YouTube de Médiapart.

Traducido del francés por Filip Noubel

Esta es la traducción de una larga publicación en Facebook de André Markowicz. Se le conoce por haber vuelto a traducir todas las obras de ficción de Dostoievski, el poema más famoso de Pushkin, «Evgeny Onegin«, y haber cotraducido con Françoise Morvan todas las obras de teatro de Chejov, así como «El maestro y Margarita» de Bulgakov.

También es uno de los críticos más abiertos de Putin y ha condenado la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia desde el primer día. Considera que Facebook es «el intermediario entre lo escrito y lo oral», y administra su página de Facebook como una plataforma para extensos ensayos sobre literatura, traducción, y ahora la guerra en Ucrania.

Esta es una publicación del 23 de junio de la página de Facebook de Markowicz, justo un día antes del intento de Yevgeny Prigozhin de tomar las armas contra Vladimir Putin, que resultó un fiasco.

Pozor i styd

«Styd i pozor» me decía mi abuela (yo tendría unos tres años) cuando hacía algo mal, y yo sabía que eso significaba que debía sentir vergüenza, porque era un «pozor» que un «mal'tchik iz intelligentnoy semïi» (literalmente, niño de una familia perteneciente a la intelligentsia, o digamos un niño bien educado), por ejemplo, se apresurara primero a su plato, u olvidara lavarse las manos antes de sentarse a comer. Una vez, y en mis recuerdos, solo una vez, recuerdo que la expresión se invirtió, y ella dijo «pozor i styd», y el tono fue realmente muy diferente en ese momento. En verdad, no estoy seguro de que me estuviera hablando a mí, pero el hecho es que había algo de gran indignación en su voz.

En ruso, a menudo hay dos palabras cuando que en francés solo hay una. Una sirve para describir lo externo, mientras la otra describe lo interno. Por ejemplo, tienes «svoboda», que significa «libertad», pero eso se refiere a la libertad externa, la libertad política. Mucho más importante en la conciencia de las personas es «volia», que representa la libertad interna, pero también la «voluntad». Hay dos palabras para «tentación», y ese es el núcleo radiante de los “Hermanos Karamazov«. Existe la tentación externa (la de san Antonio), «iskouchénié», y la tentación interna, la que surge como si viniera desde lo más profundo de ti mismo, «soblazn» (la única palabra utilizada por Dostoievski). Y hay dos palabras para la vergüenza: «pozor» es la vergüenza externa (la palabra viene de la misma antigua raíz del verbo «ver»), la que todos notan. Y tienes el «styd», la vergüenza que sientes, si tienes aunque sea el más mínimo de conciencia, frente al «pozor».

«Pozor i styd» era la expresión que decía de mi abuela, y extrañamente, casi 60 años después, el timbre de su voz regresa a mí hoy cuando pienso en Putin, que alguna vez dijo que tenía «muchos amigos judíos desde la infancia» (sí, por ejemplo, los Rotenberg), y luego dice que Zelenski es «la vergüenza del pueblo judío» («pozor evreïskovo naroda»). No sé si Putin es la vergüenza del pueblo ruso (esto presupondría que tal pueblo existe en Rusia, es decir, un pueblo ruso distinto del pueblo judío…), pero lo que es cierto es que nunca, no, nunca desde, al menos los mongoles, Rusia ha sido reducida a ese estado de tanta vergüenza. Y nunca ha causado tanta vergüenza a quienes, de una manera u otra, la aman (incluso si no sé lo que significa amar a un país, y definitivamente no quiero saberlo). Digamos, a quienes, para bien o para mal, han unido su destino a Rusia, a quienes, como yo, de cualquier manera, se pasa la vida tratando de transmitir lo que está vivo y en movimiento, y arde, y es sublime, por ejemplo, en libros escritos en ruso.

No voy a repetir aquí todo lo que sigo diciendo, no desde el 22 de febrero [invasión rusa a gran escala de Ucrania], sino desde que estoy en Facebook, es decir, exactamente desde hace 10 años (junio de 2013), Rusia siempre ha sido gobernada por tiranos. No tengo ningún ejemplo de un líder, o un zar, hasta donde puedo remontarme, que no haya lanzado represiones masivas contra esta o aquella categoría de su población, desde Iván el Terrible, y mucho antes. Pero lo que sucede con Putin, que es la vergüenza de Rusia, «pozor Rossii», es que a la tiranía añadió la mafia más descarada, y su vulgaridad. Sí, Rusia es un país gobernado por la mafia, como, no sé, el Panamá de Noriega. La corrupción, que siempre ha sido endémica y catastrófica en Rusia –nuevamente, desde que existen muchos testimonios sobre Rusia– es absolutamente total. No hay nada más que eso. Y luego está esta miseria, negra, la suciedad de la vida de las personas en las provincias. Y esta violencia, que vemos desatada en Ucrania, y que vimos en Chechenia, y luego en Siria (sin que el mundo dijera nada, hiciera nada). Y esta mentira permanente, desvergonzada, de quienes hablan en nombre del régimen, o que tienen el derecho de hablar, y este odio que escupen, y este cinismo de mentir. Sí, esta vergüenza constante en todo lo que sucede, día tras día, sin que haya una sola esfera de la vida que no esté contaminada por esta vergüenza.

Aquí es donde, a partir de «pozor», de la vergüenza visible, paso a «styd», a este sentir que, día tras día, noche tras noche, me consume y me impulsa a continuar, en un agotamiento que, por un lado, es cada vez más definitivo, me parece, pero que también es una fuente de energía. «Mne stydno». Me da vergüenza. Observo lo que está sucediendo en Rusia, observo a quienes piden aún más represión, aún más odio, esas personas que no dudarán en hacer estallar el mundo si se enfrentan al peligro de perder el poder, cuando escucho las pequeñas rimas infantiles de Prigozhin, la entonación de su voz, atroz, sucia, su lenguaje perpetuamente obsceno (obscenidad utilizada como arma política y… obviamente, funciona), las fórmulas rimadas de Putin, este sentir de profanación interno, de vergüenza ardiente y negra, que se extiende por toda la vida.

Aprieto los dientes. Cierro los puños. Y luego, los aflojo, esos puños, y trato, día tras día, de escribir mi vergüenza. No para evacuarla. Sino para convertirla en algo que todos compartimos.

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