Una ‘dama policía’ rusa: segunda parte

Photo: Instagram, edited by Kevin Rothrock.

Fotografía: Instagram, editada por Kevin Rothrock.

Hace tres años, Olga Borisova decidió unirse a la fuerza policiaca de San Petersburgo. Con 18 años y siendo, según ella misma, una joven y diminuta mujer a la moda, no era la cadete promedio. Poco más de un año más tarde, renunció, y a la fecha es un miembro participativo de la oposición democrática rusa. A principios de julio, Borisova escribió un artículo para el sitio web Batenka.ru sobre sus experiencias como oficial de policía. RuNet Echo publica su texto, traducido al inglés, en tres partes. Ésta es la segunda. Para leer la primera parte haga clic aquí. Puede leer el artículo entero en ruso aquí.

«Recuerda, tu ya no tienes días festivos, esos no son para la policía». Me dieron un uniforme y deje de ir al trabajo usando Reeboks nuevos y chaqueta rosa. Mi papá me llevó al almacén donde me daban mi uniforme. No habría podido acarrear todas esas cosas a casa por mi misma. Cada prenda estaba colgada en un gancho de acero frío como el hielo.

Había un uniforme para los desfiles, uno para el invierno y otro para el verano. Azul oscuro. Mi color favorito. Tuve que comprarme muchas cosas en la comisaría. (No tenían uniformes de talla XS). Lo llevé todo a casa. Estrené uniforme de patrullero, también llamado «vole», que consistía en: una camisa, pantalones y botas bajas, todo el conjunto en azul oscuro. Me tomé una foto, la publiqué en Instagram y escribí, «Holis.»

Приветики

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«VODKA Y JUGO DE NARANJA, BIENVENIDA A LA FUERZA POLICIAL,» fue lo que me dijo el comandante. Cuando alguien recibe su primera paga le tiene que comprar tragos a todos.

Le llamaban «base» al edificio de dos pisos donde se encuentra el departamento de patrullas. En el primer piso solo había un vigilante. En el segundo había oficinas y una sala, en donde entregábamos los reportes de las tareas completadas. También había una sala de juegos con un sofá verde de cuero y un refrigerador. La gente traía avena y puré de sus casas. La actividad principal era tomar y parrandear.

La sargento Valya se la pasaba en minifalda de mezclilla y bebiendo mucho. Era como la subgerente del lugar. Ella fue la que me dio mi par de esposas, mi garrote de hule y mi libreta de policía. El garrote normalmente cuelga del cinturón, pero siendo de estatura tan pequeña este se me veía ridículo. Casi lo arrastraba en el piso. Me vi obligada a ir a la comisaría y comprarme uno más corto.

Fue entonces que me volví cabo. Tenía dos barras doradas en mis hombreras. La academia de policías admite cadetes cada tres meses, así que si has terminado el entrenamiento básico puedes empezar a trabajar, pero el proceso de admisión aún no ha terminado. Cuando recien acabas de comenzar eres muy timido. Un agente del orden público debería, según mi propia suposición, demostrar un cierto grado de severidad, algo que yo no tenía.

Mi compañero Andrei solía decirme «Cabo Borisova, sus documentos», para enseñarme la manera de cómo dirigirme al público. «Ahora hazlo tu. No te preocupes, eventualmente lo harás como se debe». Imaginaba ser una actriz haciendo un papel.

«OLYA, ERES UNA POLICÍA, UNA POLICÍA», me decía a mi misma y, gracias a un poco de experiencia en el teatro, resultó.

«Está cometiendo una infracción», decía con tanta seguridad como me era posible, en lo que me movía a otro grupo de gente feliz bebiendo cerveza en el metro.

Tienes que entender que tienes el derecho de exigirles cosas legalmente, también también tienes el derecho de detenerlos. Ahora eres una representante de la ley. El tiempo pasa y te acostumbras a aquello. Empiezas a sentirte con más confianza. Sientes el deber de «mantener el orden» no solamente en el trabajo, sino también en tu vida personal.

No me daba miedo caminar sola por la noche: porque conocía a  todos los «chicos de azul» que trabajaban las diferentes rondas cercanas y sabía que podía llamarlos en cualquier momento en caso de necesitarlos. Sabía que no iba a estar sin protección alguna. Creo que cuando te pones el uniforme y sientes esa autoridad es cuando empieza la «deformación profesional». Los oficiales superiores te pueden hacer trabajar horas extra y te acostumbras a la idea de tener que hacerlo. Puedes estar en tu puesto afuera en la lluvia, sintiéndote como perro callejero, pero sigues trabajando y aguantando todo aquello, simplemente porque es lo que tienes que hacer.

Los oficiales de patrulla bajan al metro subterráneo para calentarse.

«Juro sobrellevar las dificultades asociadas con ser un agente judicial, ademas de actuar con honor, valentía y estar siempre alerta como miembro del cuerpo policíaco y asimismo salvaguardar todos los secretos de estado». Sabías en lo que te estabas metiendo.

Si trabajabas el turno diurno debías reportarte con tu unidad a las 7:30 a.m. y cambiarte a tu uniforme de policía. Luego, todo mundo se reune en el cuartel general a las 8 a.m., donde se te da tu arma de servicio. Es entonces que el capitán nos lee un resumen del patrullaje de la noche anterior, mientras que tomas notas en tu cuaderno de policía. Durante la noche de ayer hubo un robo de bicicleta, así que anotas su color, modelo, número de serie, el nombre de la persona que hizo el reporte y el numero de caso. Después, todo el mundo se retira y te diriges a tu estación, o a tu ronda. Puedes almorzar cuando quieras, pero cuando lo haces tienes que avisar por la radio a todos los demas oficiales en turno. Cada estación de policía tiene sus propias rutas y hay limites establecidos entre cada una.

Después de todo eso llegas a tu distrito policial. Helo ahí, el territorio del cual tienes la responsabilidad de mantener el orden.

Entonces un borracho detenido o, mejor aun, un menor llevado a la estación porque se le sorprendió fumando en la escuela, se me acerca y dice «Los policías son una mierda. Deberían quemarlos a todos».

He perdido la cuenta de cuantas veces he escuchado que me dicen, «Oye perra, ¿que acaso no tienes mejores cosas que hacer?»

Al trabajar en el «terreno» (o sea, afuera), representas a la policía y su prestigio. Al dirigirte la palabra, la gente comienza a hacerse una opinión de los cuerpos policíales. A mi me gustaba ser la excepción a la regla para algunos. Nunca era irrespetuosa con los detenidos, aún cuando me decían en la cara cómo debería de ser quemada por ser policía.

Ocasionalmente, cuando llevas 14 horas en la lluvia, entras a una tienda para calentarte después de haber perdido la sensación en las manos y nariz por el frío. Estás a punto de maldecirlo todo, pero luego alguien te sonríe y te agradece por ayudarles con las direcciones a algún lado. Es así que las cosas se vuelven más fáciles.

Ibamos al metro para calentarnos, sentados en las escaleras como si fuéramos unos vagos, frotándonos los pies para que recuperaran el color. Yo no tenía hijos que me esperaran en casa, pero los que si tenían me explicaban que su madre o padre tenían el mismo tipo de empleo. En año nuevo, primero de mayo, día internacional de la mujer e incluso el día del policía, todos estos días estaba trabajando. Es en momentos como ese que recuerdas porqué tomaste este trabajo. Recuerdas para que lo haces. Y no solamente es por el uniforme, ni por la autoridad de exigir documentos. Suena trillado, pero la verdad es que me gustaba el trabajo porque me gustaba ayudar a la gente.

Bebía mucho Nescafé «3-en-1″ y comía muchos muffins. Justo en las afueras de mi distrito policíal, escondida en un patio tipico de San Petersburgo, había una tiendita que vendía repostería. Cerca de ahí hacía una estación de metro que era muy concurrida por la gente, especialmente por los que no eran lugareños. Ahí había «policías» que, al medio día, se estacionaban en una esquina y comenzaban a ganarse un poco de «plata» al revisar los documentos de cualquiera que no se viera eslávico. Si sospechaban de algún documento falso, metían al dueño del mismo en el automobil de patrulla.

«No te preocupes amigo. Te podrás ir a casa sin problemas. ¿De donde eres? ¿De Tayikistán? ¿Quieres regresarte? ¿No? ¿Pues entonces que le vamos a hacer? ¿Que me sugieres?

Posteriormente, uno de estos «policías» me dijo, «Se viene el cumpleaños de mi pequeña Marina y le quiero conseguir algo, pero falta mucho para el día de paga.» Pensaban que Andrei, mi compañero con más antigüedad que yo, no era bueno para este trabajo, por el simple hecho que nunca pedía sobornos.

Probablemente jamás has visto a un policía llorar.

Con cada día que pasaba en los cuerpos de seguridad me daba cuenta que había menos justicia dentro de la policía misma que afuera en las calles. Veía con mis propios ojos como maltrataban a los policías honestos y deshonestos, nomas «porque podían.» Era una demonstración de su poder embriagante. Era todo lo contrario de la manera en la que te atraían al puesto en primer lugar. Decían excusas tales como «no hay suficiente personal», «se fué de vacaciones», «está enfermo», «tiene licencia de maternidad».

El jefe de mi unidad era un teniente al que llamábamos «Dulzura.» Ese era su sobrenombre en Vkontakte (red social muy popular en Rusia) y entre los cabos, los cuales todos lo odiaban. Escuché una historia de cómo el, unos cuantos meses después del nacimiento de su hijo, irrumpió en un prostíbulo en estado de completa ebriedad y perdió todos sus documentos. Posteriormente, Dulzura comenzó a «jalármela», un termino usado en la policía. Significa que comenzó a criticar todo lo que hacía.

Hubo una vez que, al hacer una inspección de la estación de policía, Dulzura empezó a atacarme verbalmente porque tenía la costura suelta en mi libreta de policía. (Por cierto, la expedición de estas libretas es el trabajo del sargento mayor o starshina). Alegó que había deshecho la costura yo misma. Después que se fue, salí por la puerta trasera con un compañero y comencé a llorar, no entendía porqué me estaba gritando.

Después de uno de estos encuentros, llamé al teniente primero un pedazo de mierda en frente de su asistente. Como era de esperarse me reportó. Esa noche recibí una llamada del teniente, en estado de sobriedad dudosa, que intentaba entender porque lo había llamado un pedazo de mierda. Le dije que no entendía porque se comportaba así. Me respondió con «No tienes que entender nada. Tu lo que tienes que hacer es seguir órdenes».

«¿Porque tienes tan pocos arrestos?»

«Porque en Rusia no hay sistema de cuotas de arresto».

Por una respuesta tal, te citan por un casillero en malas condiciones en la próxima inspección y en lo que te das cuenta ese reporte está esperando en el escritorio del teniente primero. Un par de reportes más y te despides del deber a la madre patria. Porque en Rusia no hay sistema de cuotas de arresto.

Además de los arrestos de siempre, como detener a alguien por tener una lata de cerveza abierta en el metro, hubo una vez que formé parte en una operación encubierta de compra de drogas. Katya, una prostituta con sentido del humor y adicta a las anfetaminas estuvo involucrada. Entramos y la detuvimos justo cuando sacaba el «material.» Entonces sacó su teléfono para «llamar a un amigo» [y soplarle a su proveedora]. No cumplió condena, pero un par de meses más tarde sus riñones se dieron por vencidos y murió.

También hubo aquella ocasión cuando rescatamos a una anciana enferma que había perdido el conocimiento al caer de su andadera dentro de su departamento cerrado con llave.

Asimismo hubo aquella vez que respondimos a una alarma de incendios y acordonamos el lugar. Habían evacuado un edificio en llamas, y nuestra labor era no dejar a nadie pasar el cordón policial por razones de seguridad. Ví a una mujer rogando que la dejaran entrar. Estaba casi ciega y lloraba, «mi perro está ahí, tengo que ir por ella.» Se retorcía por la histeria en lo que rogaba de rodillas. Teniamos que calmarla, así que decidí preguntarle que tipo de perro tenía. Era un dachshund café. Así que entré al edificio y Tanya la dachshund asustada saltó a mis brazos, salí y se la devolví a su dueña.

Incluso hubo momentos en los que no pudimos salvar a alguien. Un hombre había sacado un préstamo de mucho dinero para su negocio, pero no lo podía pagar de vuelta. Escribió una nota, salió al balcón y saltó la reja. Tratamos de convencerlo que no se suicidara. Yo no estaba ahí personalmente, pero lo escuché todo en la radio. Escuché una conversación entre dos oficiales de turno:

«¿Que está ocurriendo aquí?

«Estamos hablando»

«Enterado»

Veinte minutos más tarde escuché lo siguiente:

«¿Que está sucediendo ahora?»

«Saltó.»

Su esposa sigue pagando sus deudas. En el reporte policiaco su suicidio fue registrado como «cayó de una gran altura».

Este texto fue traducido del ruso por Kevin Rothrock de RuNet Echo. Esta es la segunda parte. Puede leer la tercera aquí.

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