Este artículo lo escribió el personal de Khabar Lahariya según informes de investigación de Chambal Media, con el apoyo de Check Global. Informes en video de Meera Devi.
Las panaceas digitales para un mundo aún analógico ha sido la manera favorita del Gobierno indio de admitir culpabilidad en situaciones de crisis . Políticas y tecnologías fugaces uniformes se ponen en práctica sin considerar las desigualdades existentes y el impacto en diferentes comunidades.
La pandemia del COVID-19 llevó a mayor dependencia en tecnologías digitales y un mayor énfasis en la digitalización en India. Varios servicios básicos pasaron a estar en línea. La brecha urbano-rural en adoptar lo digital es estrecha y obvia, pero es peor en zonas rurales, sobre todo para las mujeres rurales suelen quedar marginadas en los discursos convencionales sobre derecho, políticas y medios.
Brecha digital de género: Venta de billetes en línea cuando los teléfonos móviles son un lujo y las estaciones de tren están lejos
La población local de más de 40 000 adivasis kol del bloque de Manikpur, distrito de Chitrakoot, en Bundelkhand, depende principalmente del acopio de leña en los bosques para venderla en los centros urbanos cercanos. Las mujeres Kol transportan en trenes pesados fardos de leña cortada que son el sustento de este comercio.
Las mujeres venden la leña en los mercados cercanos de Allahabad, Banda, Karwi y Atarra, ciudades y centros comerciales de Uttar Pradesh.
Después de que la pandemia de COVID-19 azotó a India en marzo de 2020, los servicios ferroviarios quedaron suspendidos, lo que interrumpió los medios de vida de miles de personas y el flujo de ingresos, alimentos, medicinas y otros suministros esenciales para las poblaciones más vulnerables de la región. A pesar de que los trenes reanudaron sus servicios en noviembre de 2020, la situación no mejoró para las mujeres Kol. En un intento de impulsar las actividades, el Gobierno ordenó que todas las reservas de trenes se hicieran únicamente en línea.
Pero este esfuerzo hace invisible la difícil situación de la comunidad kol, para la que el portal de reservas en línea es tan inaccesible como una pesadilla. La mayoría de las personas de la comunidad no tienen un teléfono inteligente para reservar billetes en línea y, si tienen un teléfono, carecen de conocimientos tecnológicos. Los datos muestran que menos de tres de cada 10 mujeres de India rural han usado internet alguna vez en su vida. Además, si querían comprar un billete físico en ventanilla, tenían que desplazarse primero desde su casa hasta la estación de Bargarh o Manikpur en transporte público y el viaje hasta estas estaciones les costaba 60 rupias (0,80 dólares) y al menos dos o tres horas de viaje.
Meera Devi, de Khabar Lahriya, red de noticias de base feminista independiente, informa que la llegada del sistema de reservas en línea alteró gravemente el horario diario de los koi adivasis como Rajkumari. Tiene que caminar 10 km en una dirección para intentar reservar un billete y, si no lo consigue, debe reanudar la larga caminata hasta su casa, para repetir todo el proceso al día siguiente.
«En cada tren, e examinador de billetes dice que me he quedado estancada, pero ¿qué voy a hacer si no tengo teléfono? Si no podemos vender la madera, nos quedamos con hambre», se lamenta Bhondi, leñadora del pueblo de Rampuria, en la misma zona.
Las leñadoras Kol de Manikpur obtienen entre 120 y 150 rupias (1,60 a 2,00 dólares) por cada haz de madera, que pesa entre 40 y 45 kg. Su trabajo está muy infravalorado y acaba costándoles más de lo que vale, sobre todo cuando se agrava por sus problemas adicionales con el nuevo sistema de venta de billetes en línea.
Agentes sanitarios digitales, sin tecnología digital
Los trabajadores locales de ASHA (activista social sanitario acreditado) y Anganwadi del distrito de Banda, Bundelkhand, enfrentan la rapidez con la que evolucionan sus propios trabajos en el marco del impulso gubernamental a India digital. Los trabajadores ASHA y Anganwadi son el eje de los servicios de salud y atención rural de India y los principales puntos de contacto para los problemas de salud pública en las comunidades. Esta mano de obra voluntaria de mujeres mal pagadas y semianalfabetas es la primera línea de defensa de India ante cualquier crisis sanitaria local. En un contexto en el que la fuerza de trabajo de las mujeres rurales en India está disminuyendo por el impacto del COVID, parece contraproducente que el Estado impulse tecnologías alienantes que privan aún más de derechos a estas mujeres. Solo en el distrito de Banda hay más de 1705 centros Anganwadi y más de 1400 trabajadores de ASHA. Con la propagación del COVID-19 en todo el país, los trabajadores de las ASHA y los Anganwadi vieron aumentar las exigencias de su trabajo como proveedores de atención sanitaria de y cuidadores.
En otro reportaje en Khabar Lahariya de Meera Devi, Renu Maurya nos cuenta su vida como trabajadora anganwadi durante la pandemia:
We would start early in the morning, do house calls. They were giving us a daily target of twenty house calls. We would note down the details and bring back the data to the office. Apart from paying for the travel, I wasn't getting anything else. They didn’t care whether I ate or not.
Empezábamos temprano por la mañana con visitas a domicilio. Nos daban un objetivo diario de veinte visitas a domicilio. Anotábamos los detalles y llevábamos los datos a la oficina. Aparte de pagarnos el viaje, no recibía nada más. No les importaba si comía o no.
En este caso, las llamadas a domicilio se refieren a conversaciones telefónicas con los habitantes de las aldeas para la inspección de COVID-19, para comprobar si hay síntomas y si es necesario hacerles pruebas.
Gudiya, trabajadora de la ASHA en Banda, nos cuenta que las autoridades las llamaron para informarles sobre cómo gestionar los confinamientos en el pueblo, pero que no les dieron un teléfono móvil, aunque se había vuelto esenciales para el trabajo de estos centros durante la pandemia. «Me dijeron que me las arreglara sola. Que usara el teléfono de mi esposo o de mi hijo».
«Tenemos que enviar listas diarias, enviar informes de cualquier entrega, y todo el papeleo se tiene que enviar a nuestros superiores con nuestros teléfonos. Tomo prestado el teléfono de otra persona. No tengo otra opción, ¿qué puedo hacer?». dice Maya Devi, trabajadora de ASHA de Chitrakoot.
Aunque algunos centros dieron a sus empleados teléfonos inteligentes, ni siquiera ese proceso estuvo libre de complicaciones. Renu Maurya dice: «Pago el teléfono de mi bolsillo. Ahora los datos son tan caros que tengo que pagar al menos 200 rupias (2,66 dólares) por 28 días».
Rukmini Devi, trabajadora de Anganwadi, dice: «Por 5000 rupias (67 dólares) compro teléfono o alimento a mis hijos. No puedo hacer mucho con 5000 rupias».
La elección de Rukmini Devi entre sus hijos y un teléfono inteligente no es metafórica: las mujeres suelen verse obligadas a elegir literalmente entre desviar recursos hacia sus propias oportunidades de empleo o hacia sus familias. Como era de esperar, a menudo se ven obligadas a sacrificar su autonomía en favor del hogar. Esta elección supone el fin de cualquier independencia económica para muchas mujeres.
En varios casos, estas barreras de entrada –aunque sean «digitales»– pueden significar el fin del empleo, la educación y la libertad para las mujeres de la India rural, ya alienadas. Nos acercamos a un presente cada vez más digitalizado, y es fundamental que no perdamos de vista a quienes cuyo pasado y futuro parecen precarios.