«Manos invisibles»: ¿Cómo se encuentran millones de trabajadoras domésticas durante COVID-19?

Parte de una serie de nueve ilustraciones en Instagram de los artistas Leandro Assis y Triscila Oliveira. Utilizada con autorización.

Este es un artículo escrito colectivamente por Emma Lewis, Belen Febres-CorderoSaoussen Ben CheikhMina Nowrozi, Violeta Camarasa, Juliana HarsiantiRomina Navarro y Giovana Fleck.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), hay 67 millones de trabajadores domésticos en todo el mundo, de los cuales el 80 % son mujeres. Las tareas domésticas se llevan a cabo en la esfera privada y a menudo son invisibles.

Las trabajadoras limpian, cocinan, cuidan a los niños y los adultos mayores de la familia, a menudo sin contrato o con escasa protección legal. Pese a estar en la «primera línea» de COVID-19, casi nunca forman parte de los planes de respuesta del virus.

Durante la pandemia y bajo las medidas de confinamiento para detener la propagación de COVID-19, ¿cómo les va a las trabajadoras domésticas en todo el mundo?

No se paga a las trabajadoras domésticas en Argentina, Afganistán e Indonesia

La mayor parte del trabajo doméstico es informal, lo que deja vulnerables a quenes hacen este trabajo, sobre todo en tiempos de crisis como, el COVID-19.

En Argentina, que ha pasado más de cien días en confinamiento, cerca del 70 % de las trabajadoras domésticas están en el sector informal, según un estudio de la Universidad de Lanús (UNLa) y el Centro de Estudio e Investigación Laboral.

Durante las actuales medidas de confinamiento, esto significa que no trabajar equivale a no tener una paga. Sin embargo, muchas mujeres lograron acudir a sus puestos de trabajo a pesar de no tener permiso para salir durante la cuarentena. Solo el 33 % de las trabajadoras domésticas, respaldadas por un contrato, recibieron su salario completo sin trabajar desde que empezó la pandemia, según el mismo estudio.

Siempre en Argentina, la falta de seguridad jurídica deja a las trabajadoras vulnerables y reacias a quejarse. Por ejemplo, las entrevistadas del mismo estudio temen perder su trabajo, infectarse e infectar a sus familiares. Hay también un creciente número de empleadores que recurrieron a artimañas para que renunciaran, pagarles menos o cambiarle a la categoría de «cuidadoras» para que puedan convertirse en «trabajadoras esenciales». En general, el sindicato informó que el 70 % de las trabajadoras domésticas sufrieron acosos laborales durante la cuarentena.

En Ecuador, la mayoría de estas trabajadoras no tienen contrato o el que tienen no les brinda mucha protección. Cerca del 85 % de estas trabajadoras han sido despedidas durante la pandemia, según el sindicato nacional.

En Túnez, la trabajadora doméstica Salma dijo a Global Voices:

We are the invisible hands. Our work is not valued.  We don’t exist for the families we serve nor do we exist for the state. With COVID-19 and the lockdown, we were the first to lose our jobs without any compensation or support.

Somos las manos invisibles. No se valora nuestro trabajo. No existimos ni para las familias que servimos ni para el Estado. Con el COVID-19 y el confinamiento, fuimos las primeras en perder nuestro trabajo sin ninguna compensación ni apoyo.

Cuando hay contratos, muchos son ambiguos y débiles: es el caso de Indonesia, donde hay por lo menos 4.2 millones de trabajadoras domésticas. En 2019, la Red Nacional para la Defensa de Trabajadoras Domésticas de Indonesia encuestó a 668 trabajadoras de siete regiones del país, y encontraron que el 98.2 % de las entrevistadas ganaban apenas entre el 20 y el 30 % del sueldo mínimo del país.

A veces, también los contratos con grandes instituciones pueden salir mal: por ejemplo, en Afganistán, a las mujeres que limpian las oficinas del Ministerio de Economía, primero se les permitió quedarse en casa y seguir cobrando. Luego, cuando el contexto de COVID-19 empeoró, tuvieron que volver a trabajar para no correr el riesgo de quedarse sin sueldo. Como son el sustento principal de sus familias, volvieron al trabajo. Fawzia, madre soltera de cuatro hijos, dijo a Global Voices:

If we keep [ourselves] safe from corona, we will die out of hunger.

Si nos mantenemos [a nosotros mismos] a salvo del coronavirus, moriremos de hambre.

Millones de mujeres emigrantes limpian casas en Oriente Medio y el sudeste de Asia

Muchas de las mujeres que limpian, cuidan a los niños y cocinan por dinero en todo el mundo emigraron de otro país para conseguir el trabajo. Por ejemplo, se estima que hay unos 2.1 millones de trabajadoras domésticas migrantes en Medio Oriente; la mayoría son mujeres procedente de países asiáticos o africanos como Sri Lanka, Filipinas, Bangladesh, Nepal, Indonesia, Kenia y Etiopía.

En Medio Oriente, es posible que no se les pague a los empleados y, como consecuencia, muchas mujeres no pueden enviar remesas a sus casas. Esto no solo aumenta el sufrimiento emocional y psicológico a las trabajadoras migrantes, también representa una pérdida de ingresos para las familias en su país de origen. También en Hong Kong aumentaron los niveles de endeudamiento entre las comunidades emigrantes filipinas e indonesias durante la pandemia.

En ciudades como Hong Kong o Singapur, el trabajo doméstico de los emigrantes está regulado por separado. La ley exige que las trabajadoras vivan con sus empleadores: esto significa que durante las semanas de confinamiento, quedarse en casa significaba que debían permanecer en el trabajo durante sus días de descanso.

La crisis de COVID-19 encendió otra vez el debate en torno a las normas de convivencia; no solo se borra la línea entre vida personal y laboral, sino que también implica alojamiento inadecuado o comida insuficiente, falta de privacidad y seguridad. Un informe de investigación realizado en 2016 por el Centro de Justicia de Hong Kong afirmó que el «66.3 % de las trabajadoras domésticas migrantes entrevistadas muestran fuertes signos de explotación pero no brindan suficientes factores para que se pueda hablar de trabajadoras forzadas». Es una zona gris.

Pese a que Hong Kong nunca estuvo bajo estricto confinamiento, el Gobierno pidió repetida y públicamente a las trabajadoras domésticas que se quedaran en casa durante el pico de COVID-19 entre enero y abril. Algunas trabajadoras informaron que se les pidió que renunciaran si dejaban el lugar de trabajo en su día de descanso. Recién a principios de abril, Law Chi-Kwon, secretario de Trabajo y Bienestar Social, apeló a través de su blog tanto a trabajadoras como a empleadores para «ejercer un entendimiento mutuo sobre los acuerdos de los días de descanso».

En los países del Golfo, la emigración está regulada por el sistema de la kafala. Los visados de las trabajadoras domésticas están vinculadas a sus empleadores y no se les permite dejar ni cambiar de trabajo sin autorización del empleador. Si lo hacen, pueden ser detenidos y castigados por «fuga» con multas, detención y deportación.

En Brasil, la primera víctima de COVID-19 fue una trabajadora doméstica

Algunas trabajadoras domésticas se preocupan cuando sus empleadores no les proporcionan mascarillas o desinfectante de manos como protocolo sanitario obligatorio durante la pandemia.

En Río de Janeiro, la primera muerte por COVID-19 fue la de una trabajadora doméstica de 63 años. La mujer –cuyo nombre se ha omitido en los informes de medios a petición de su familia– se infectó cuando su empleador regresó de un viaje en Italia. Le pideron que se quedara en casa durante parte de la semana debido a la distancia entre su casa y el trabajo. El 16 de marzo, empezó a sentirse enferma y murió al día siguiente.

Los datos brasileños más recientes recogidos sobre el trabajo doméstico muestran que el país contaba con aproximadamente 6,1 millones de trabajadores domésticos en 2016, de los cuales el 92 % eran mujeres y el 71 % eran negras. Solo el 4 % está sindicalizado. En la actualidad no existe en Brasil una legislación específica que haga que el trabajo doméstico no sea esencial durante la pandemia: las trabajadoras podrían ser despedidas si no se presentaran en sus lugares de trabajo.

En Ecuador, a medida que la economía vuelve a abrirse, muchas trabajadoras domésticas están volviendo al trabajo y temen por su seguridad durante esta transición. El Ministerio de Trabajo exige que los empleadores de las compañías privadas se aseguren de que todos los trabajadores dispongan de transporte seguro y de medidas de seguridad, como la mascarilla para proteger su salud. Sin embargo, esto no siempre ha sido así para las trabajadoras domésticas, que se sienten vulnerables a COVID-19 en sus desplazamientos y entornos laborales.

Sindicatos y ONG trabajan duramente por los derechos de las trabajadoras domésticas en Jamaica y Singapur

Los sindicatos de varias naciones tratan de proteger los derechos laborales de las trabajadoras domésticas. En Jamaica, el Sindicato de Trabajadoras Domésticas de Jamaica es una organización no gubernamental, imparcial y voluntaria que representa las necesidades y los intereses de miles de estas trabajadoras. Las cifras oficiales registran 58 000 trabajadoras domésticas en la región caribeña.

Shirley Pryce, fundadora y presidenta del sindicato, recibió el premio  Mujer del Año de la Comunidad Caribeña en 2017; dijo a Global Voices que, como miles de otros trabajadores de la economía informal de Jamaica, las trabajadoras domésticas viven al día y han sufrido más que ningún otro grupo durante la pandemia de COVID-19.

Su sindicato pide al Gobierno que establezca un fondo de emergencia para ayudar a estas trabajadoras en esas situaciones

Pryce subrayó la gran preocupación por la violencia doméstica, que aumentó durante la pandemia debido a las tensiones económicas, más en casa con el cónyuge y las condiciones de hacinamiento. Dijo a Global Voices:

Domestic workers are the backbone of the society. While the government’s primary focus is to contain the spread of the virus, the risks emerging from shortcomings in labor and social protection, and the impact on the most vulnerable groups in society, have increased and the situation is critical.

Las trabajadoras domésticas son el pilar de la sociedad. Aunque el objetivo principal del Gobierno es contener la propagación del virus, los riesgos derivados de las deficiencias en la protección laboral y social, y el impacto en los grupos más vulnerables de la sociedad, han aumentado y la situación es crítica.

En Singapur, donde muchos empleadores han despedido a sus trabajadoras domésticas durante la pandemia, el Centro para Empleadas Domésticas les recuerda que deben tratar a sus empleadas de manera justa. La sociedad civil también presiona a los líderes regionales para que no descuiden a las trabajadoras domésticas y migrantes que trabajan dentro del sureste de Asia.

Ecuador y Brasil trabajan en soluciones creativas

A la luz de estas dificultades, se lanzó una aplicación en Ecuador que tiene por objetivo mejorar los derechos y las condiciones de trabajo de estas trabajadoras: contiene toda la información pertinente para que puedan encontrarla en un solo lugar. A través de encuestas, esta aplicación también recopila datos sobre las condiciones laborales actuales de las trabajadoras domésticas –como salario, pago de horas extras y horas de trabajo– con el fin de ayudar a las usuarias a identificar cualquier violación de derechos que pueda estar ocurriendo y orientarlas para emprender acciones legales si es necesario.

En Brasil, se difundió en Instagram una serie de dibujos animados para dar a conocer las vidas de las trabajadoras domésticas: se muestran historias de mujeres que no tienen la opción de quedarse en casa y que se preocupan por ponerse en riesgo ellas mismas y a quienes las rodean.

Las trabajadoras domésticas, los programadores, los artistas, los sindicatos y los activistas de todo el mundo trabajan para que las «manos invisibles» del mundo salgan de las sombras, incluso durante la pandemia.

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